Agradecemos a la revista Palabra su gentileza a la hora de permitirnos publicar el artículo Diálogo interreligioso. Más colaboración entre cristianos y musulmanes. Publicado en el número de junio de 2018, está escrito por Fina Trèmols i Garanger.
Diálogo interreligioso. Más colaboración entre cristianos y musulmanes
La Santa Sede ha felicitado a la comunidad islámica por el mes del Ramadán. En la misma línea, el Movimiento Focolar y numerosas comunidades islámicas han manifestado en un congreso una cercanía que “va más allá del diálogo”. -TEXTO Fina Trèmols i Garanger
El Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso ha felicitado a la comunidad islámica de todo el mundo con motivo del inicio del noveno mes del calendario musulmán, el Ramadán, conocido internacionalmente por ser el período en el que practican el ayuno diario desde el alba hasta la puesta del sol.
“Conscientes de los dones que brotan del Ramadán, nos unimos a ustedes agradeciendo a Dios misericordioso por su benevolencia y generosidad” —señala el comunicado—, “compartiendo algunas reflexiones concernientes al aspecto vital de las relaciones entre cristianos y musulmanes: la necesidad de pasar de la competencia a la colaboración”.
El mensaje hace referencia a que, en el pasado, las relaciones entre cristianos y musulmanes han estado, en la mayoría de los casos, marcadas por un espíritu de competencia, originando consecuencias negativas como celos, recriminaciones y tensión.
“En algunos casos, esto ha llevado a enfrentamientos violentos, especialmente cuando la religión ha sido explotada, principalmente debido a intereses partidistas y motivos políticos”. Estas rivalidades interreligiosas han afectado negativamente a la imagen de las religiones y sus seguidores, alimentando así “la idea de que no son fuentes de paz, sino, más bien, de la tensión y la violencia”, añade el organismo vaticano que preside el cardenal Jean Louis Tauran.
Con el fin de prevenir y superar estas consecuencias negativas, el documento sugiere la importancia de que cristianos y los musulmanes, “sin dejar de reconocer nuestras diferencias, tengamos en cuenta los valores religiosos y morales que compartimos”, ya que mediante el reconocimiento de lo que tenemos en común y del respeto a nuestras legítimas diferencias, “podemos establecer más firmemente una base sólida para construir las relaciones pacíficas, pasando de la competencia a la lucha por la cooperación eficaz para el bien común”.
Pasión por la unidad
Una de las instituciones eclesiales que lleva más años trabajando en esta línea, con importantes avances, es el Movimiento de los Focolares. Precisamente a finales de abril ha tenido lugar en Castelgandolfo el Congreso Juntos para dar esperanza: cristianos y musulmanes en camino en el carisma de la unidad, organizado por el Movimiento presidido por Maria Voce, en el que han participado 400 personas de 23 países.
La reunión es fruto de una sólida experiencia de fraternidad entre las dos religiones, generada por el carisma de los focolares: la unidad. Los contenidos y el desarrollo del Congreso fueron trabajados y definidos por un grupo de musulmanes y cristianos de diversos países de Oriente Medio, Europa, Norteamérica y Asia. Y el resultado, un programa que, sin ignorar retos y problemas, recoge el camino hecho durante más de 50 años para construir senderos de esperanza en el presente y mirando al futuro.
No se trata, por tanto, de una iniciativa aislada, sino fruto de lustros de historia vivida por los focolares. Victoria Gómez, su responsable de Comunicación, explica a Palabra que “en 1966 se abrió de manera providencial un focolar (pequeña comunidad formada por 4-5 focolarinos consagrados) en Tlemcen (Argelia), en medio de una población casi completamente musulmana. El Movimiento tenía poco más de 20 años, sin experiencia específica en el campo interreligioso, pero en su ADN llevaba un carisma que impulsaba a mirar a todos, hombres y mujeres, como a hijos de Dios, y por tanto como a hermanos. Tlemcen fue un signo profético para la vida de todo el Movimiento”.
En estos lugares, en situaciones a menudo dramáticas, cristianos y musulmanes alimentados por la espiritualidad de la unidad de los focolares “han continuado con coraje este camino de fraternidad y han deseado volverse a encontrar, después de ocho años del último Congreso Internacional, para mirar juntos al futuro”.
Participación musulmana
Elzir Ezzeddin, presidente de la Unión de las Comunidades Islámicas en Italia, fue uno de los dirigentes musulmanes en el congreso, junto a sacerdotes católicos encargados del diálogo interreligioso en sus diócesis, pastores de la iglesia reformada, personalidades culturales y políticas, familias al completo. Y jóvenes, muchos jóvenes.
Entre las intervenciones, además de Maria Voce, destacó la de Mons. Miguel Ayuso, obispo y secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. El tercer día, el congreso abrió las puertas a más de 800 personas con un programa especial. Y constituyó una novedad la participación de musulmanes de diferentes tradiciones y corrientes, a menudo en conflicto entre ellos.
Entre otros temas, se profundizó en algunos temas fundamentales y de actualidad: la espiritualidad de la unidad; el significado del dolor y del sufrimiento en la vida personal, familiar y social; la figura de María, Madre de Jesús y fuente de unidad y santidad; o el valor y la absoluta necesidad de la esperanza. También se alternaron ponencias de teólogas y teólogos cristianos y musulmanes, con un gran abanico de experiencias y testimonios en diferentes contextos humanos, sociales y geográficos.
“Se ha puesto de manifiesto una convicción y una realidad: estamos ante un pequeño ‘pueblo’ plural, un signo profético todavía que, unido por un carisma, el de la unidad de los Focolares, después de años de amor recíproco, de coherencia, pruebas, purificaciones, después de un peregrinación de más de 50 años, hoy se encuentran en un nivel de relación que va más allá del diálogo y se puede describir como una comunidad de hermanos y hermanas que se reconocen todos hijos de Dios”, afirma Victoria Gómez.
Aliento del testimonio de amor
Lo expresó Maria Voce en su intervención: “Querría alentar a todos nosotros, a nuestras comunidades, formadas por cristianos y musulmanes, a continuar dando un testimonio vivo de amor recíproco, trabajando juntos para que haya más justicia social, protección de los valores humanos y de la dignidad, aceptación, defensa de la vida en todas sus fases, cuidado y protección del medio ambiente, construcción de la paz entre todos en los territorios en los que estamos insertados, apoyando posiciones claras y netas frente a conflictos de cualquier tipo”.
La presidenta de los focolares animó a ser promotores de iniciativas que ofrecen un futuro de esperanza a la humanidad, “teniendo dentro de nosotros y entre nosotros ese amor sin medida, abierto a todos, que atrae la presencia de Dios entre los hombres y puede hacer de la humanidad una verdadera familia”.
De esta forma, añadió Maria Voce, se realizará lo que deseó Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares: “Eso que es imposible para millones de hombres aislados y divididos parece ser posible para los que han hecho del amor mutuo, de la comprensión mutua, de la unidad, el motivo esencial de sus propias vidas”.
Testimonios de participantes
El profesor Amer Al Hafi, de la Universidad de Amán (Jordania), afirma que “sin espiritualidad nada tiene valor, y si no se construye todo arraigado en la espiritualidad, cualquier cosa está destinada a morir. Incluso la política. Este Congreso cambia totalmente mi brújula: primero la vida, después la política”.
Otro musulmán se refiere a nuestra Madre la Virgen María: “Hablando con otros musulmanes, he visto que a través de los encuentros promovidos por el Movimiento de los Focolares han conocido mejor a Madre María. Así es también para mí: en general, en los encuentros interreligiosos se habla de Abraham o de otros profetas. María queda olvidada. Aquí he escuchado que María no pertenece solamente a los cristianos. Musulmanes, hebreos, hindús van de la mano. Para nosotros, Ella es nuestra madre. Quizá lo que nos une es precisamente el amor de Madre María”.
Una pareja argelina
Schéhérazad y Farouk son argelinos, y su vida refleja adecuadamente los frutos de una sólida experiencia de fraternidad entre musulmanes y cristianos. Lo expusieron ellos mismos en el congreso.
“Provenimos de dos familias tradicionales y conservadoras de Tlemcen, ciudad muy antigua, cuna de la cultura árabe-musulmana”, cuenta Farouk. “Nos casamos hace 42 años, tenemos tres hijos y dos nietos. Durante el primer año de casados, como muchas parejas, descubrimos que teníamos caracteres diferentes y esto provocaba conflictos entre nosotros. El encuentro con el Movimiento de los Focolares nos hizo comprender que debíamos emprender un camino de amor verdadero. Esta experiencia nos colmó del amor de Dios y nos permitió dar los primeros pasos de uno hacia el otro”.
Los dos tenían un deseo tan grande de conocer hasta el fondo la espiritualidad de la unidad, que “nuestra vida comenzó a desarrollarse entre Orán, donde vivimos, y Tlemcen, donde se encuentra el Centro del Movimiento de los Focolares. Comenzamos a compartir nuestra fe musulmana y a comprender cómo hacer para encarnar la espiritualidad de la unidad en nuestro credo. En Orán se fue formando a nuestro alrededor una pequeña comunidad y nuestra casa se convirtió en un lugar de encuentro, un ‘faro’, como la misma Chiara Lubich quiso llamarla”.
Dios Amor
“Con nuestros hijos”, continúa Schéhérazad, “en su etapa de adolescencia, vivimos momentos bastante turbulentos. Buscábamos el diálogo con ellos y, sobre todo el amor filial. Podemos decir que con los dos mayores logramos construir una relación basada en la sinceridad”.
En la comunidad focolar, Shéhérazad escuchaba testimonios en los que se hablaba de “Dios Amor”. “Aprendía poco a poco a abandonarme confiada en Dios, en su misericordia. Emprendiendo este camino espiritual me liberé de mi yo, de mis miedos en la relación con las personas. El compromiso de poner a Dios en el primer lugar es totalmente personal, pero elegimos vivirlo como familia. Reconocer los propios límites y los del otro es una gimnasia que no tiene fin, hay que recomenzar siempre, pedirse perdón y recomenzar”.
Conocer la fe, rezar juntos
“La oración en el islam es un momento solemne”, explica Farouk. “Al principio, nuestras oraciones no eran regulares, y cada uno rezaba sólo. Ahora tratamos de rezar juntos, por amor, no como una obligación. En Argelia estudian muchos jóvenes sub-saharianos. Entre éstos algunos de ellos frecuentan el focolar. Tratamos de apoyarlos en sus necesidades, también porque a menudo no se sienten socialmente integrados.
“En la comunidad de los Focolares” ¾añade Schéhérazad¾, “existe un intercambio sincero, sin ambigüedades sobre la fe. Aprendimos a conocer la fe cristiana. Este conocimiento se ha dado en el respeto de cada uno, con un amor desinteresado, que no quiere convertir al otro, sino que lo ayuda a ser más él mismo. Cuando nos encontramos con un cristiano, para nosotros es natural ver en él un hermano para amar. No nacimos para competir, sino para construir un proyecto común”.
Llevar la unidad
El carisma de los Focolares, institución conocida también como Obra de María, que acompaña a la Iglesia desde hace 75 años, es llevar la unidad entre pueblos, razas, religiones y culturas. A través de todas las generaciones, ya sean pobres o ricos. Para ello se emplean a fondo con el fin de trabajar el ecumenismo. Los focolares acogen en su seno a fieles de otras religiones y personas sin ninguna referencia religiosa. Han abierto canales de diálogo ecuménico hasta ahora nunca explorados en la Iglesia.
Chiara Lubich, mujer, laica, fundadora de los Focolares, escribía en 1966: “Yo quisiera que como ella (Santa Catalina de Siena) nosotros hayamos tomado como causa en nuestra alma, la propia causa de la Iglesia; que el Espíritu Santo infunda en nuestro corazón la pasión por esta causa, de forma que nosotros no veamos otra cosa que la causa de la Iglesia; que compartamos la causa de la Iglesia y, hasta, como Catalina, sepamos morir, si ello fuera posible, de la misma manera como Catalina murió bajó el peso de la navecilla de la Iglesia”.
El movimiento de los Focolares cuenta ya con sus mártires: la joven italiana Santa Scorese, apuñalada el 15 de marzo de 1991 por su perseguidor, por querer preservar su pureza. El hermano marista Julio Rodríguez, que atendía a los refugiados ruandeses del campo de Nyamirangwe, y que murió a golpes de machete la noche del 31 de octubre de 1996. Los cuarenta seminaristas menores de Burundi que, fieles a la experiencia de unidad interracial aprendida, no quisieron dividirse entre hutus y tutsis, por lo que fueron asesinados por los guerrilleros hutus el 28 de abril de 1997. O el joven camerunense francófono que, en estas últimas semanas de conflicto armado en el país, ha preferido morir en vez de delatar a sus amigos anglófonos perseguidos
El radicalismo del amor
Quizá sea el radicalismo del amor la gran aportación del carisma de la unidad, la fuerza invencible de los Focolares. San Juan Pablo II lo entendió así: “En la historia de Iglesia ha habido muchos radicalismos del amor, casi todos contenidos en al supremo radicalismo de Cristo Jesús. (…) Podemos decir que vuestra obra de evangelización comienza en el amor para llegar a Dios. Muchas veces se parte de Dios para llegar, tal vez, al amor. Vosotros habéis acentuado esta fórmula de San Juan: “Dios es amor” […]. Pienso que esto se puede aplicar muy bien a vuestro apostolado en todos los ambientes, no solamente en el de la Iglesia, en su cuerpo católico, sino también en si dimensión ecuménica, y en el contacto y el diálogo con los no cristianos y con los no creyentes. El amor abre el camino. Espero que este camino, gracias a vosotros, se abra cada vez más para la Iglesia” (19 de agosto de 1984).
Diálogos que hacen caer muros
Las barreras saltan por los aires a través de un vivo diálogo ecuménico e interreligioso. Desde los años sesenta se tienen relaciones intensas con luteranos alemanes, reformadores suizos y holandeses, anglicanos y ortodoxos.
Chiara Lubich concebía la unidad de los cristianos no como una utopía, sino como una conquista. Su espiritualidad surge de una nueva eclesiología de la comunión, que se fundamenta en la vivencia de la Palabra. “No hay que contar solo con las circunstancias históricas, culturales, políticas, geográficas y sociales, sino, sobre todo, con la ausencia de aquello que de modo típico y propio une a los cristianos entre sí: el amor. Por eso (…) es el mismo Dios-Amor el que, en cierto modo, debe nuevamente volver a revelárnoslo, tanto a nuestros corazones de singulares cristianos como a la Iglesia que congregamos”.
El diálogo con las grandes religiones ¾hebraísmo, islam, hinduismo, budismo¾ se acrecienta en 1977, cuando Lubich recibe en Londres el Premio Templenton para el progreso de las religiones. A partir de ese momento se establecen colaboraciones sencillas y sinceras entre fieles de religiones no cristianas, con los mismos fines del movimiento de los Focolares. Con los mismos fines que los de la Iglesia. El Congreso celebrado en Castelgandolfo no hace más que confirmarlo.
El Papa y el compromiso
En las puertas de la pasada Navidad, el Papa Francisco decía en su Discurso a la Curia: “Nos quedan todavía los ámbitos en los que la Iglesia Católica está particularmente comprometida, especialmente después del Concilio Vaticano II. Entre estos, la unidad entre los cristianos que es una exigencia esencial de nuestra fe, una exigencia que brota desde lo íntimo de nuestro ser creyentes en Jesucristo. Se trata de un verdadero ‘camino’, pero, como muchas veces han repetido también mis Predecesores, es un camino irreversible y sin vuelta atrás”.
“La unidad se hace caminando, para recordar que cuando caminamos juntos, es decir, cuando nos encontramos como hermanos, rezamos juntos, trabajamos juntos en el anuncio del Evangelio y en el servicio a los últimos, ya estamos unidos”, añadía el Papa. “Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que todavía dividen a los cristianos serán superadas sólo por esta vía, sin que nosotros sepamos cómo y cuándo, pero esto sucederá según lo que el Espíritu Santo quiera sugerir para el bien de la Iglesia”.
Los focolares tienen una auténtica pasión por la unidad de los cristianos: es su ADN. Habrán leído y meditado estas palabras del Papa, pero no les habrán sonado a nuevas. Son muy suyas: llevan lustros trabajando para que se cumpla la oración de Jesús en la Última Cena: “Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti”.