Mil oportunidades para amar

 
Andrés Sánchez de Mora, joven español, que estuvo viviendo en la Mariápolis entre febrero y agosto de 2011, recientemente brindó su testimonio sobre lo vivido aquí. Publicamos lo que él cuenta sobre sus días en el taller-escuela de Artesanías en madera.

Andrés Sánchez de Mora, joven español que estuvo viviendo en la Mariápolis entre febrero y agosto de 2011, recientemente brindó su testimonio sobre lo vivido aquí. Publicamos lo que él cuenta sobre sus días en el taller-escuela de Artesanías en madera. 

Andrés y Maxi en la sección de lijado en el taller de Artesanías en madera

En febrero del año pasado, después de suspender temporalmente los estudios, llegué a la Ciudadela Lía, una Mariápolis permanente situada en la provincia de Buenos Aires, Argentina. En este lugar, como en todas las ciudadelas del Movimiento de los Focolares, se trata de vivir según el Evangelio, y el Amor es la primera regla de vida.

Al llegar me pusieron a trabajar en Artesanía, un lugar donde se produce todo tipo de artículos decorativos, hechos principalmente con madera. En mi zona de trabajo, llamada «lijado a mano», se hacía precisamente eso, lijar. Frotar madera todo el día con un papel de lija. No hacía otra cosa.

En poco tiempo vi los muchos inconvenientes que tenía este puesto: me dolía el brazo, me aburría, me destrozaba mentalmente el hacer siempre lo mismo, era el único que no tenía compañeros con los que poder hablar, no tenía música… Tampoco me ayudaba que los demás me dijeran que el mío era con diferencia el peor trabajo de todos, ni comentarios como «antes de que llegaras, me pasé tres días en lijado a mano y me quería morir».

Llevaría unas tres semanas cuando me harté y decidí pedir un cambio. Sentía que mi trabajo me estaba fastidiando lo que consideraba una experiencia muy bonita. Lo hablé con mi jefe, y no tuvo problema. Dijo que pondría en mi lugar al chico que llegaría en tres o cuatro días (un peruano) y que yo podría hacer algo más variado.

Entonces me di cuenta por vez primera de que si yo no hacía ese trabajo, que a nadie le gustaba, tendría que hacerlo otro. Y pensé: «¿Realmente amo?». Creía que sí, pero es muy fácil amar cuando no te cuesta. «¿Realmente vivo el Evangelio? ¿Qué es vivir el Evangelio? El Evangelio dice muchas cosas. ¿Alguien me hace un resumen?»

Y lo vi. El resumen perfecto: «Amaos unos a otros como yo os he amado». ¿Cómo amó Jesús? Inmensamente. Así que yo debía amar inmensamente a ese chico desconocido. Al amarlo de esa manera, debía darle lo mejor. Y lo mejor, obviamente, no era mi trabajo.

Hablé de nuevo con mi jefe para quedarme. Al día siguiente, al ir a trabajar, comencé a descubrir el amor de Dios en el trabajo. Poco a poco fui viendo todo lo que se podía amar lijando madera. Podía amar al comprador, dándole una madera perfectamente lisa. Podía amar a las personas que hacían posible que funcionara la Mariápolis, trabajando de manera responsable, descansando lo justo, sin llegar tarde, esforzándome al máximo por optimizar cada día… (antes tenía la costumbre de dejar de trabajar de vez en cuando, ya que nadie me controlaba). También podía amar a mis compañeros de trabajo, saludándolos y sonriéndoles cuando pasaban por mi zona. A Dios, ofreciendo mi cansancio, mi aburrimiento.

Durante un paseo a Luján. Andrés es el segundo de la izquierda en la fila de atrás, con buzo rojo y negro.

Y podía amar el trabajo. Al llegar por la mañana estaba contento, porque tenía la oportunidad de afrontar el aburrimiento y el hastío. Y al terminar, estaba aún más contento, por haberlo logrado. Por fin entendí aquella frase: «Lo importante no es hacer lo que amas, sino amar lo que haces».

Pasé cinco meses más en Argentina, todos ellos en lijado a mano. No todo fue sacrificio. Al poco tiempo llegó un compañero, Maxi, que con el tiempo se convirtió en uno de los mejores amigos que he tenido nunca. Y al chico que iba a sustituirme, Nii-Chan, lo pusieron en cocina con gran acierto, ya que sabía cocinar muy bien. Además, cuanto más lo iba conociendo (era especialmente inquieto), más me daba cuenta de lo mucho que le habría costado trabajar en el lijado a mano.

Un día, cuando ya quedaba poco para volver a España, un amigo me preguntó: «Pero Andrés, ¿qué es lo que te gusta de lijar todo el día?» «No me gusta nada, y por eso me encanta. Porque cada día que entro a trabajar se convierte en mil oportunidades para amar».

Publicado por Revista Ciudad Nueva – Madrid (España)