César, te vamos a extrañar

 
César Sánchez dejó la Mariápolis después de 5 años. Ahora sigue siendo constructor de fraternidad en el focolar de Cochabamba, Bolivia

César Sánchez dejó la Mariápolis después de 5 años. Ahora sigue siendo constructor de fraternidad en el focolar de Cochabamba, Bolivia

“Te vamos a extrañar”, pensé mientras le seguía el pedaleo en su “Ferrari Testa Rossa”, ese triciclo rojo y negro reciclado y aprolijado como sólo él sabe hacer, alejándose por el camino

de fresnos que lucían con todo el esplendor del otoño. En unos días más habría viajado a instalarse en Cochabamba, Bolivia, después de su último período de cinco años en Mariápolis. Uno de los tantos desde que César Rodolfo Francisco (de Sales) Sánchez, riojano, 70 años, recaló en ésta su “tierra natal” al ideal de la unidad, donde arribó con aquel primer grupo de pioneros de una utópica ciudadela, en 1968. No sabía, cuando nos juntamos a conversar, que “el negro César” tuviera tantos nombres, y entre ellos Francisco, que ahora se ha ido por las nubes con la elección del nuevo Papa. Un nombre que en él resultó premonitorio no sólo porque justamente en un retiro de franciscanos comenzó a encontrar el rumbo de su vida, ya a los 9 años, sino porque sobrio, sencillo, incluso tímido como era, comenzó a tomarle el gusto al servir en las tareas más concretas y humildes: limpiar, pintar, arreglar, cuidar, acompañar, siguiendo una particular “sensibilidad social” ante necesidades de su entorno familiar que otros no podían hacer. “Necesitados hay en todas partes – reflexiona – y a ellos le debo el haber podido desarrollar desde niño un sentido práctico natural que me permitía aprender con sólo ver. Y así toda la vida, hasta hoy, el servir me ha permitido salir de mí mismo relacionándome con los demás y crecer como persona”.

Por la mente me pasan todos los lugares donde han quedado huellas de su servicio, comenzando por aquel ya legendario arribo a O’Higgins en 1968, luego un período de formación en Loppiano (Italia) y de allí en más Tucumán, Córdoba, Montevideo, Buenos Aires, nuevamente O’Higgins, otra vez Buenos Aires, Rosario, tercera escala en O´Higgins, Buenos Aires, Mendoza, y reincidencia en O’Higgins en 2008, cuando la ciudadela Mariápolis cumplía 40 años, tantos como su vocación de focolarino.

En este último tiempo entre nosotros su especialidad ya era “mantenimiento”, es decir, “cualquier cosa, sobre todo reparar, pintar, restaurar, instalar, algo de albañil, mucho de plomero, gasista, sin esquivarle al pozo negro”, además de ocasional peluquero y enfermero. Perfil bajo, a veces hasta huraño, diríamos, serenidad, constancia, “siempre la causa primera es ir a quien tiene necesidad”, explica, y “cuidar el detalle, la armonía”. No por nada, “consciente de que no era el más adecuado”, aceptó, con la ayuda de los demás, ser referente en la parte urbanística, con la consigna de compatibilizar y hacer visible, en los espacios y las construcciones de Mariápolis, la armonía de las relaciones entre sus habitantes.

“Van a venir en peregrinación a ver cómo se aman” había sido una meta que lo había entusiasmado cuando, apenas llegados en el 68, sin medios y sin experiencia ya se habían distribuido las “industrias” que no existían, pero soñaban. “Por eso íbamos al detalle en lo poco que podíamos hacer, porque si bien a la ciudadela no la teníamos más que en nuestra mente, sentíamos que cada cosa que hacíamos tenía futuro”. De aquí que hoy, al constatar que “la gente viene efectivamente a ver cómo se vive aquí y siempre se van con algo, para mí no es una novedad, porque desde el principio la llevábamos incorporada. La diferencia es que ahora sé que existe en un lugar concreto y puedo decir, vayan y vean”

César en su nuevo focolar de Cochabamba, durante una cena con una familia de la comunidad.

Rumbo al focolar de Cochabamba, “Voy con ganas. Edad, salud… ¿podré…? Podremos juntos, porque lo mío es muy limitado. Después se verá. Ya conozco el lugar, he visto su gente, sigue siendo tiempo de servir, escuchar, hay todo un mundo detrás”, y a renglón seguido agrega, “cierto que cuando uno se va, también valora mejor lo que deja”.

Ahora que te has ido, también nosotros vamos a valorar mejor, entre tantas cosas, la delicadeza con que tus manos curtidas depositaban en las nuestras, mirándonos a los ojos, la eucaristía para la que habías sido designado ministro. Esa eucaristía que nos sigue haciendo un mismo cuerpo a la distancia.

Honorio Rey