Palabra de vida – Octubre 2018

 
“Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley”. (Gálatas 5, 18)
El apóstol Pablo escribe una carta a los cristianos de Galacia, región que se encuentra en el centro de la moderna Turquía, que él mismo había evangelizado y por la que guardaba particular afecto.

En esa comunidad, algunos sostenían la necesidad de que los cristianos observaran todas las prescripciones de la ley mosaica para ser gratos a Dios y alcanzar la salvación.

En cambio, Pablo afirma que no estamos más “bajo la Ley” porque Jesús, Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, con su muerte y resurrección se convirtió para todos en el Camino hacia el Padre. La fe en Jesús abre nuestro corazón a la acción del Espíritu mismo de Dios, que nos guía y nos acompaña por los caminos de la vida.

Por lo tanto, para Pablo no se trata de “no observar la Ley”, sino más bien de referirla a su raíz última y más desafiante, dejándose guiar por el Espíritu.

En efecto, Pablo escribe poco antes: “Toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’” (Gálatas 5, 14).

En el amor cristiano por Dios y por el prójimo encontramos la libertad y la responsabilidad de los hijos: a ejemplo de Jesús estamos llamados a amar a todos, a ser los primeros en amar, a amar al otro como a nosotros mismos, incluso a quienes sentimos como enemigos.

“Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley”

 

El amor que viene de Dios nos impulsa a ser personas responsables en la familia, en el trabajo y en todos los ambientes. Estamos llamados a construir relaciones en la paz, en la justicia y en la legalidad.

La ley del amor es el fundamento más sólido de nuestra socialidad, tal como refiere una docente francesa: “Doy clases en las afueras de París, en una zona desfavorecida y con una población multicultural. Presento proyectos interdisciplinarios para trabajar en equipo, vivir la fraternidad entre colegas y ser creíbles al proponer ese modelo a los chicos. Aprendí a no pretender resultados inmediatos, incluso cuando un alumno no cambia. Lo importante es seguir creyendo en él y acompañarlo, valorizándolo y gratificándolo. A veces tengo la impresión de no poder cambiar nada, otras veces en cambio recibo la prueba tangible de que las relaciones construidas dan fruto, como sucedió con una alumna mía que durante la lección no participaba de manera constructiva. Le expliqué con calma y firmeza que para vivir en armonía cada uno debía hacer su parte. Poco después me escribió: ‘Me disculpo por mi conducta, no sucederá más. Sé que usted espera de nosotros acciones concretas y no palabras, y quiero comprometerme en ese sentido. Usted nos transmite valores justos y ganas de mejorar’”.

“Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.”

Vivir en el amor no es un simple fruto de nuestros esfuerzos. Es el Espíritu que nos ha sido donado y al que podemos seguir pidiéndole la fuerza para ser cada vez más libres de la esclavitud del egoísmo y vivir en el amor.

Escribe Chiara Lubich: “El amor nos mueve, nos sugiere cómo responder en las situaciones y en las opciones que se nos presentan. El amor nos enseña a distinguir: ‘esto está bien, lo hago; esto está mal, no lo hago’. El amor nos impulsa a actuar buscando el bien del otro. No estamos guiados desde afuera, sino por el principio de vida nueva que el Espíritu ha colocado dentro de nosotros. Fuerzas, corazón, mente y todas nuestras capacidades pueden ‘caminar de acuerdo con el Espíritu’ porque están unificados por el amor y puestos a completa disposición del proyecto de Dios para con nosotros y con la sociedad. Somos libres de amar”.

Letizia Magri