“Que el mundo sea invadido por el amor”
Hiroshima, 21-25 de agosto de 2006 Queridísimos y queridísimas participantes en la Asamblea de los jóvenes de las Religiones por la Paz: Sé que se han reunido en Hiroshima de todos los continentes del mundo para manifestar y trabajar a favor de la paz. A todos mi más caluroso saludo y el augurio de que esta asamblea sea rica de propósitos y de frutos concretos. No es necesario que me alargue sobre la importancia de cuanto están haciendo en estos días. La trágica situación de un mundo que añora la paz, pero que no la sabe encontrar, está ante los ojos de todos. Por lo tanto, cada gesto en esta dirección es significativo; todo esfuerzo, todo compromiso, es un aporte. Pero ustedes que son jóvenes creyentes, jóvenes religiosos, tienen -yo diría- una tarea y un papel del todo especial en esta inmensa cantera que es nuestro planeta. Si, porque ustedes, sin importar de cuál religión provienen, están convencidos de que el prójimo, cada prójimo, debe ser amado y respetado. De hecho la “Regla de oro” -así como es llamado este precepto- está presente en los Libros Sagrados de todas las grandes religiones. La misma dice en práctica: haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti; desea a los demás lo que deseas para ti; no hagas o no desees a los otros lo que no desearías para ti; no hagas o no desees a los demás lo que te causaría dolor si te lo hicieran a ti. El amor hacia el prójimo, así entendido, es el aporte más esperado y eficaz; es la llave principal para la solución de todo problema, la respuesta fundamental para todo mal. Pero es necesario especificar cuál tipo de amor estamos llamados a llevar al mundo – nosotros que hemos recibido el don de la fe religiosa- es un amor especial, fuerte como la muerte. No es suficiente la tolerancia o la no-violencia, no basta la amistad o la benevolencia hacia los demás. Es un amor que va hacia todos indistintamente: pequeños y grandes, pobres y ricos, de la propia patria o de otra, amigos o enemigos. Exige misericordia y perdón. Después, debemos ser los primeros en amar, tomando la iniciativa, sin esperar ser amados. Y amar no sólo con las palabras, sino concretamente, con hechos, olvidándonos de nosotros mismos para ponernos al servicio de los demás. Y esto comporta sacrificio y esfuerzo. La verdadera paz y la unidad llegarán cuando este modo de vivir sea practicado no sólo por personas en forma aislada, sino juntas, en reciprocidad. En estos días podrán experimentar cuán verdadero es esto, amándose entre ustedes. En la liturgia cristiana se canta que: “donde hay caridad y amor allí está Dios”. Dios entre ustedes, que se hace presente por su amor recíproco, les iluminará sobre lo que hay que hacer, los guiará, será su fuerza, su ardor, su alegría. Les unirá como en una red invisible pero potente, también cuando estén lejos los unos de los otros. Por lo tanto amor entre ustedes y amor sembrado en muchos rincones de la tierra entre los individuos, entre los grupos, entre las naciones, con todos los medios, para que el mundo se vea invadido por el amor, también gracias al aporte de ustedes. ¡Ánimo, queridísimos jóvenes! Vayan adelante sin titubear. La juventud, que poseen, no hace cálculos, es generosa. ¡Si todos hacemos así, la humanidad será cada vez más una familia, y podrá resplandecer en el mundo el arco iris de la paz! Estoy con ustedes, Chiara Lubich