Vaikalpalayam es un pequeño pueblo de casas humildes y callecitas asfaltadas que están llenas de pozos. En la entrada del pueblo hay una pequeña construcción de cemento alegrada por las voces de unos 20 niños. Es uno de los diez prescolares para niños de escasos recursos o balashantis que la institución gandhiana Shanti Ashram abrió en estos últimos años en la zona Coimbatore, cerca de la carretera que lleva a Keirala.

Hace unos veinte años cuando comenzaron, la escuela tenía un fin preciso: comenzar un proceso educativo con los dalit (los más pobres) para ofrecerles la posibilidad de una vida más digna. Lo que sucedió alguno de ellos lo ha definido como una gran revolución. En los pueblos indios los dalit viven al margen de la población, no pueden sacar agua de los mismos pozos que usan los demás, y hasta no hace muchos años, era impensable que entrasen a los mismos templos. Hoy, en Vaicalpalayam niños dalit y de otras clases más altas, estudian, comen y rezan juntos, y sus madres se encuentran codo a codo en las reuniones de padres de los 220 niños que van a las escuelas fundadas y organizadas por esta institución gandhiana, que comenzó hace veinticinco años el Dr. Aram, miembro honorario del Parlamento indio, pacifista y educador de primerísimo orden.

En los balashanti se trata de dar una formación que conjugue los primeros elementos de la alfebetización con el juego, el canto y el aprendizaje de valores religiosos y humanos, además de dar un complemento a la pobre dieta cotidiana. Las familias del lugar no se pueden permitir más que una comida diaria con un salario que gira alrededor de los 60 dólares mensuales.

En los últimos años con el gran desarrollo industrial de Coimbatore, han surgido nuevos asentamientos habitacionales para los trabajadores de las construcciones. Muchos de ellos son musulmanes. También en este lugar se abrieron algunos balashanti y así los niños colaboran con la integración de sus familias al tejido social de la zona. La idea de integrar a las madres permitió empezar a hacer encuentros donde se sugieren normas higiénicas, reglas sanitarias, y se enseña a las mujeres cocina, con el límite de los fondos que poseen, pero son comidas que tienen un valor nutritivo suficiente para sus hijos.

Para eliminar el problema del alcoholismo que acaba con las pocas financias familiares, se integró un grupo de estas madres al proyecto de micro-crédito. Pero también los niños durante su formación reciben enseñanza sobre el valor del ahorro. Karuna de cuatro años, el año pasado, logró poner en su alcancía 3 mil rupias, que equivale al sueldo que su padre gana en un mes. Además en los balashanti se aprenden normas higiénicas que les permiten tener alejadas las enfermedades típicas de la pobreza. El Dr. Aram y su esposa Minoti tenían bien claro que para construir una paz duradera era necesario comenzar por los más pequeños. A partir de allí surgió la idea de fundar estas escuelas para formar niños de paz. A menudo –cuenta Mrs. Murphy quien durante años ha trabajado en el proyecto-, son niños que ayudan a romper el mecanismo de la violencia familiar. Recientemente Divya una niña que estudia en el balashanti, durante una disputa familiar, se sentó en el regazo de su padre y le dijo “¡Papá la violencia es como el diablo!”

Además las maestras enseñan a los niños el respeto por cada credo. En la mañana comienzan con las oraciones hindúes, musulmanas y cristianas. Los pequeños por lo tanto van creciendo sin las barreras y los prejuicios que por siglos han dividido a grupos y comunidades en esta parte de India, creando tensiones sociales que a menudo han desembocado en guerrillas violentas y sangrientas.

Los Focolares trabajan en este proyecto desde fines de los años Noventa, cuando Minoti Aram advirtió la necesidad de integrar complementos nutritivos y alimenticios a los niños de los balashanti . En ese momento el programa de Familias Nuevas y de los gandhianos de Shanti Aram se encontraron dando vida a una fraternidad entre dos movimientos, vida que se abrió al diálogo interreligioso y a la formación a la paz de las jóvenes generaciones. Gandhi, de hecho, había afirmado, “si se desea enseñar la verdadera paz, (…) hay que comenzar por los niños”.

Roberto Catalano

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