
El 11 de octubre de 1962 el Papa Juan XXIII inauguró el Concilio Vaticano II. Cincuenta años después, la misma fecha fue elegida para una solemne conmemoración y para la apertura del Año de la fe, proclamado por Benedicto XVI con la carta apostólica Porta fidei “para redescubrir el camino de la fe” e “iluminar siempre con mayor relieve la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo” (n. 2)
Para el Movimiento de los Focolares los años del Concilio coinciden con una especial aceptación de su espiritualidad entre cristianos de distintas Iglesias. Ya en 1961 Chiara Lubich había sido invitada cinco veces a Alemania para compartir la vida del Evangelio vivido por el Movimiento con hermanos y hermanas de Iglesias evangélicas. Es el año en que funda en Roma el Centro “Uno”, la secretaría para el ecumenismo del Movimiento de los Focolares que en 1962 organiza un primer encuentro ecuménico en Roma. Se continúan muchos otros encuentros y el 9 de junio de 1965 por primera vez un grupo de evangélicos-luteranos es nombrado oficialmente en una audiencia pública en San Pedro. Pablo VI dice entre otras cosas: “La visita de ustedes nos honra y nos llena de alegría”. Los evangélicos hablan de un “profundo encuentro en Cristo”.
En su actividad ecuménica Chiara Lubich fue constantemente alentada por el cardenal Agostino Bea –en aquélla época presidente del Secretariado para la unión de los cristianos en el Vaticano.

Algunos de los ‘observadores’ enviados por las diversas Iglesias al Concilio Vaticano II, quisieron encontrarse con Chiara para profundizar en el conocimiento de la espiritualidad de la unidad. Entre ellos el canónico anglicano Bernard Pawley, que quedó impresionado por la fuerza renovadora de la espiritualidad de Chiara, por él definida como un “manantial de agua viva, que brota del Evangelio”. Está convencido de que el rol del Movimiento de los Focolares es el de hacer de “puente evangélico” sobre el cual anglicanos y católicos puedan encontrarse y se prodigó para que todos la conozcan. En la segunda sesión del Concilio Vaticano II (1963), junto con otras actividades, organizó un almuerzo con los otros “observadores” durante el cual Chiara se encontró con el teólogo reformado Lukas Vischer del Consejo ecuménico de las Iglesias, con quien comenzó una larga amistad y luego se produjo una primera invitación al CEC en Ginebra en 1967. Se establecieron relaciones también con otros representantes, entre ellos el padre Vitalj Borovoj de la Iglesia ruso-ortodoxa.

Mientras transcurría el Concilio, el Padre Angelo Beghetto, ministro provincial de los Hermanos Conventuales de Oriente y Tierra Santa; cuando estuvo en Estambul, habló con el Patriarca Atenágoras I de la espiritualidad de la unidad que se estaba difundiendo en las diversas Iglesias. Preparó así los 25 encuentros que desde 1967 a 1972 Chiara Lubich tuvo con este gran profeta ecuménico.
En el 2004, en ocasión del 40º aniversario de la promulgación de la Unitatis redintegratio, el documento conciliar sobre el ecumenismo, Chiara Lubich fue invitada por el Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos a hablar sobre la espiritualidad de la unidad; dice Chiara:“Habiendo puesto, en la base de nuestra vida y de todos nuestros encuentros fraternos, la mutua y radical, continua caridad –subrayó-, Jesús está así presente en medio nuestro para llevarnos a decir con san Pablo: ‘¿Quién nos separará del amor de Cristo?’ (Rm 8, 35). ‘Nadie podrá separarnos’ porque es Cristo quien nos une” Y continúa: “Diálogo del pueblo”, que no es un diálogo de la base, que se contrapone o yuxtapone al diálogo de las cúpulas o responsables de las Iglesias, sino un diálogo en el cual todos los cristianos pueden participar. Este pueblo es como una levadura en el movimiento ecuménico que reaviva entre todos el sentido de que, siendo cristianos, bautizados, con la posibilidad de amarnos, todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús”

Cincuenta años después del comienzo del Concilio, son muchos los frutos cosechados. Están presentes en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización y en la celebración del 50º del comienzo del Vaticano II “delegados fraternales”, representantes de quince Iglesias. Honran los festejos Su Santidad el Patriarca Bartolomeo I y el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams. Este último fue invitado a dirigir la palabra en el Aula Sinodal. En su intervención del 10 de octubre afirmó: “Nos hemos acostumbrado a hablar de la importancia decisiva del ecumenismo espiritual”, recordando, con este propósito, que “el imperativo fundamental en la espiritualidad de Chiara Lubich es el de ‘ser una sola cosa’, una sola cosa con Cristo crucificado y abandonado; una cosa sola, por medio de él, con el Padre; una cosa sola con todos aquellos que fueron llamados a esta unidad y, de esta forma, una cosa sola con las necesidades más profundas del mundo”

El Patriarca Bartolomeo I, al final de la Misa de apertura del Año de la Fe el 11 de octubre en la plaza de San Pedro, evidenció con fuerza: “Prosiguiendo nuestro camino, damos gracias y alabamos al Dios vivo -Padre, Hijo y Espíritu Santo- porque la misma asamblea episcopal ha reconocido la importancia de la reflexión y del diálogo sincero entre nuestras ‘iglesias hermanas’. Nos unimos ‘en la espera que derrocado todo muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa”.
Estos testimonios de ellos muestran que por un anuncio creíble del Evangelio de Jesucristo hoy, el mundo tiene necesidad de ver cristianos unidos en el nombre de Jesús, “a fin de que el mundo crea” (Jn 17)
Escrito por el Centro “Uno” secretaría internacional de los Focolares para el diálogo ecuménico.
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