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«Pensaba que me estaba pidiendo ayuda y estoy trabado en este abrazo. Tus brazos anchos, fríos, esperaban mi calor, un gesto amable. Como tierra que espera la lluvia, como templo que respira oración, como una sonrisa ambiciona los labios, como equipaje que sueña con un viaje.
No es posible que todo termine así, no puede ser. Si has realizado este viaje y has llegado a mi puerto, quiero vivirte todavía, siempre. Si mi camino ha llegado hasta ti, quiero que me acompañes aún por un trecho. Quiero verte envejecer, oírte hablar mi lengua cada vez mejor. Quiero sentirte que te confías con mi esposa como si fuera tu madre y volver a reír con mis hijos como si fueran tus hermanos. Quiero asistir al abazo con tu madre, la que te dio a luz, con tus hermanas, con tu hermano.

Te lo ruego. Escúchame. Abre los ojos. Sonríe. Te enseñaré otro truco de magia. Pon en mis manos tus células enloquecidas: las haré desaparecer como monedas, como cartas. Y en su lugar, te las pondré nuevas, sanas. Y tu cuerpo volverá a funcionar como un mecanismo precario e increíble.
No tengo frases importantes para decirte, pensamientos para recordar, gestos memorables. Tengo palabras descartadas, conceptos olvidados antes de ser paridos, signos insignificantes. Nunca estamos listos para una desapego, nunca es el momento justo, no logramos concebir la ausencia. Aunque me hayas contado que tu Dios te espera radiante, que la muerte es un umbral natural que hay que atravesar para llegar a la fase sucesiva de la existencia, que como no hiciste mal a nadie en el más allá serás premiado. Aunque yo creo firmemente que morir es un volver a subir a los orígenes, como enseñó María: un maravilloso, inexhausto perderse en Dios. A pesar de todo eso, no quiero que tú te vayas Necesito hablarte todavía, escucharte, resolver juntos los problemas. Contigo: osar, desafiar el viento contrario, pretender, dialogar, aspirar al paraíso viviendo el infierno, prometer y mantener.

Es inútil tratar de fingir: no estoy preparado para verte morir, para seguirte con la mirada mientras doblas ante la esquina oscura de las cosas que se ven y te metes por el túnel de la luz de lo que no conocemos. No estoy preparado y consigo sólo tomarte de la mano y guiar tu boca y la mía en la oración hacia el único Padre. Porque lo que es natural para lo divino, es oscuro para los hombres. Asignemos nombres distintos, construyamos preceptos. Pero, al final, lo que cuenta es el amor hacia los demás. Nos conocimos por casualidad, por esas circunstancias mínimas que cambian la dirección de nuestra vida, por un respiro más largo, por una puerta giratoria que se abrió en un momento en lugar de otro. Pero ahora te siento un hermano y, mientras espero con todas mis fuerzas verte despierto, empiezo contigo a decir: Padre Nuestro…».


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