Que la soledad, en el silencio, no te asuste: ella está hecha para proteger, no para atemorizar. De todas formas, hemos de sacar provecho también de este sufrimiento. La máxima grandeza de Cristo es la cruz. Nunca estuvo tan cerca del Padre y tan cerca de los hermanos como cuando desnudo, herido, gritó desde el patíbulo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Con ese sufrimiento nos redimió: en esa fractura reunió a los hombres con Dios. Por lo tanto no se debe pensar que los sufrimientos, que tampoco faltarán en este momento de pausa, son un obstáculo sino que por el contrario, son un estímulo. Por lo tanto (…) escucha aquella Voz, para empezar el coloquio. Es una Voz que surge desde lo profundo de tu alma y desciende desde la altura de los cielos. No estás acostumbrado a escucharla y por lo tanto, en los primeros encuentros, te parecerá que se escapa, casi como si se interpusiera entre ella y tú una gruesa pared o una lejanía cósmica. Es porque viene desde tu intimidad y tú estás acostumbrado a los clarines que vienen de fuera. Proviene de los planetas, del sol, de la naturaleza […] y te trae una voz profunda: la del autor del cielo y de la tierra. […] Ponte a escucharla. Ponte a contemplar, dentro del silencio en el que Dios habla. Es ésta, en la jornada de la vida, la hora tardía de la contemplación, cuando las criaturas se retiran para hacer un balance del trabajo realizado y preparan el quehacer del mañana, un mañana que hunde sus raíces en la eternidad. […] Desapego del mundo, por lo tanto, y apego a Dios. No separación de los hombres, en cuanto son hermanos, miembros de la misma familia humana y divina. A ellos les es útil el tesoro de experiencias de quien ha pasado el examen de la vida: pero sobre todo les sirve esa sabiduría, que la religión llama santidad. El místico introduce en las arterias del Cuerpo místico la virtud de la contemplación: gérmenes de lo divino, que se expanden por el cuerpo social. Y de esto tiene necesidad más que nunca. […] Por lo tanto nos (…) desapegamos de las criaturas para volverlas a encontrar en Dios, donde no se separaran nunca más. Cuando el Señor –la Trinidad- vive en ti, con Su amor amarás a las criaturas: y amarlas es unirse a ellas. […] Y como Dios es la serenidad, ésta se alcanza más fácilmente en la distensión del espíritu y posiblemente del cuerpo, en este período de pausa; buscando la distensión al establecer la paz con todas las criaturas, perdonando y olvidando, de modo que ninguna idea sobre ellas nos turbe o nos detenga, sino que nos reúna a todas en la casa del Señor poniéndonos en comunión. […] En esa estación nos encontramos con valientes compañeros de viaje, que, ante el dilema entre: ¿lo Eterno o el mundo?, eligieron, para sorpresa de sus parientes y escándalo de sus conocidos, lo Eterno. Ellos hicieron de la tarea que se les confió en el tiempo, un camino de conquista –casi de asalto- de la Eternidad y arrancaron fragmentos de cielo, dando así a las generaciones la idea de lo Infinito. Pablo, Agustín, Bernardo, Francisco, Tomás, Dante, Catalina… Y también Juan de la Cruz y Teresa, Pascal, Newman y Manzoni… […] Meditar sus escritos – hasta asimilarlos – conduce al alma a la divinidad. Se escala la cima con ellos, que saben el camino, y nos dan los instrumentos. Y la cima es la estancia de la paz y también de la alegría, porque roza el paraíso. (Fragmentos tomados de “Città Nuova” XXIII/13 10 de julio de 1979, pp.32-33)
Aprender y crecer para superar los límites
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