«Mi actual parroquia está ubicada en uno de los barrios de Bratislava, capital de Eslovaquia – dice el padre Ludovit –. Cuenta con unos 4.300 habitantes aproximadamente, entre los cuales, 3.500 son cristianos, en continuo incremento. Llegué aquí en julio de 2009 y sabía que mi primera tarea era la de amar a las personas con el amor de Jesús. Ahora puedo decir que estoy feliz, porque se ha creado una hermosa comunidad entre personas de distintas edades y categorías sociales, procedentes a su vez de distintas ciudades de Eslovaquia, que han descubierto una nueva relación con Dios, no sólo a través de la Biblia y la oración, sino también a través de la comunidad y de las distintas actividades parroquiales. Aquí han encontrado la alegría de la fe por la cual vale la pena vivir. Cuando llegué faltaban los jóvenes. En efecto, el Estado había prohibido la construcción de viviendas nuevas, por lo tanto, las parejas jóvenes se habían trasladado a otros sectores. Por otra parte, no se había hecho un trabajo de formación en la fe para los pocos chicos que aún quedaban. Encontré a tres jóvenes con ganas de colaborar, pero estaban sumergidas en sus estudios y trabajos. Entonces invité a los chicos y a los jóvenes recién confirmados a un asado. Vinieron por respeto, pero nunca más volvieron: “Ya recibimos la confirmación, por lo tanto ya no necesitamos ir a misa”, me dijeron. Le confié a Jesús toda esta situación. Desde septiembre de 2009 doy clases de Catecismo en todos los grados de la primaria y del bachillerato (en total a unos 150 chicos). Simultáneamente, empecé a celebrar la misa dominical para las familias. Trataba de aprovechar todas las ocasiones para crear relaciones: saludar por la calle, ir a visitar a una persona a la casa, cruzar unas palabras en la tienda, en la oficina o en la escuela. Y también, invitar a un asado y a hacer deporte en la cancha de la parroquia, etc. Poco a poco las personas empezaron a participar. Paulatinamente se ha ido creando una comunidad. Los niños no quieren faltar, algunas jóvenes mamás han empezado a descubir muchas cosas en común entre ellas por la edad de sus hijos, los papás se invitaban recíprocamente para realizar algunos trabajos en la iglesia y en la casa parroquial, pero también para ir a jugar tenis o a tomar una cerveza juntos. Incluso el alcalde y algunos diputados han empezado a estar presentes. Un día Jesús me envió también a Blanka, la actual directora del coro parroquial y animadora de muchos eventos». «Muchos dicen que la nuestra es “una parroquia viva” – afirma Blanka –. Más allá de nuestras diferencias individuales, buscamos constantemente lo que nos une, y volvemos siempre a la fuente de la unidad, del amor y del perdón, que es Jesús. Nosotros, padres de familia, tratamos de crear las condiciones prácticas para que puedan desarrollarse muchas actividades. A menudo sucede que estas actividades van en detrimento de nuestro tiempo, del descanso o de los trabajos domésticos, pero es realmente hermoso ver que todos apoyan no sólo a los propios hijos, sino a todos “nuestros” chicos. Como pasó con Michele, uno de nuestros hijos ya adolescente que es autista. Me alegra mucho ver que los demás chicos le abren la puerta, lo invitan y lo tratan por igual. Michele los ama mucho y los siente a todos como su gran familia». «Soy médico imuno-alergóloga, trabajo en consulta privada y en el Hospital pediátrico universitario de Bratislava – agrega Dagmar –. El Centro pastoral y el Preescolar parroquial que se construyeron, se han convertido en centros de apoyo para varias actividades para nuestros niños, chicos y jóvenes, cuyo número crece constantemente. Un día, en mayo de 2012, el padre Ludo me preguntó si estaba disponible para participar como médico en un campamento de verano para los chicos de nuestra parroquia. En un primero momento contesté que no. Pero luego, recordé los rostros de los chicos que ya conocía. Al final dije que sí, ¡y ahora son ya 4 años que lo hago! Me he vuelto más sensible al dolor de los niños y a sus temores por la salud cuando se encuentran lejos de sus padres. Esta experiencia me ha ayudado también a profundizar el sentido del servicio a los demás». «Un encuentro muy importante – concluye el Padre Ludo – se llevó a cabo el año pasado en Benevento (Italia), organizado por el Movimiento Parroquial. Nuestros jóvenes trajeron de allí “una nueva fuerza espiritual, una relación con Dios más directa, – decían – y, sobre todo, las ganas de vivir ‘comprometidos en el amor’, porque cualquier cosa hagamos, si no es por amor, pierde su valor y su significado”. Para mí era una confirmación de que la comunidad no sólo ha nacido y se ha consolidado, sino que se basa también en la fe de los jóvenes. El futuro, por lo tanto, está garantizado».
Promover la paz a través del deporte
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