Movimiento de los Focolares

En el Jardín de Montbrillant

Ago 8, 2015

Querían decapitar a todos los presentes e incendiar el local. Pero después de sentirse acogidos y escuchados algo cambió.

Ginebra, calle Montbrillant nº 3. Como todos los viernes, fui al “Jardín de Montbrillant”, un lugar de acogida y encuentro para personas necesitadas de esta ciudad cosmopolita, donde se les ofrece una comida. Hoy a mediodía, como de costumbre, acogimos alrededor de 150 personas de muchas nacionalidades. La sala ya estaba llena y todo parecía desarrollarse muy bien. En medio de la muchedumbre de rostros conocidos desde siempre noto una cara nueva. Mi tarea es encontrar un lugar para cada uno, negociar con uno o con el otro para que acepten un nuevo vecino, evitar que aparezca cualquier tipo de tensión para que todos puedan comer con tranquilidad, algo que no siempre es fácil debido al estado físico y psíquico de la mayor parte de nuestros huéspedes. Pero sobre todo me interesa lograr crear un contacto fraterno, confortar a quien parece triste, deprimido, escuchar a quien se siente angustiado, dar esperanza… En fin, crear un clima de familia para que todos se sientan amados así como son, más allá de la diversidad de edad, nacionalidad y religión. Mientras estamos en la mesa, se abre la puerta de la sala y llegan tres de nuestros amigos árabes acompañados por dos nuevos. Enseguida noto la expresión dura y amenazadora de sus rostros. Apenas entran, gritan que quieren decapitar a todos los presentes e incendiar el local. El motivo es que se sienten profundamente ofendidos por las caricaturas del Profeta que aparecieron en la prensa días atrás. Enseguida el ambiente se pone tenso y circulan propósitos violentos. Ya preveo que van a volar platos y llover golpes. Es necesario intervenir inmediatamente porque la situación puede degenerar peligrosamente. Pero, ¿qué decir, qué hacer? Me siento impotente, pero reconozco en este hondo sufrimiento y en nuestra sociedad que defiende la libertad absoluta, pasando por encima de valores profundos, el grito del hombre Dios en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Es Él quien se presenta en este momento, a través de la reacción de los dos seguidores del Islam. Pongo todo en Sus manos y me levanto para ir hacia ellos. Declaro que comparto con ellos su pena y les propongo que conversemos si lo consideran importante, pero después de comer. Ante mi invitación serena, se dejan convencer de sentarse a la mesa; de repente la agresividad se disipa y regresa la calma como si cada uno hubiere comprendido los motivos que llevaron a esas personas a ese estallido de rabia. El almuerzo termina en calma. Permanezco al lado de ellos y trato de hacerles sentir todo el calor del que soy capaz. Después del almuerzo, se disculpan por las palabras pronunciadas y manifiestan su pesar por haber externado sus propósitos de venganza. La conversación prosigue con un momento en el que compartimos un diálogo sobre nuestros respectivos credos, en pleno respeto y comprensión recíproca. Antes de irse me abrazan, agradecidos por haber sido escuchados. Ahora sus rostros serenos expresan sentimientos totalmente diferentes de los del inicio. Paquita Nosal – Ginebra Fuente: Città Nuova – n.13/14 – 2015

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