Todos los días, en todo el mundo, miles de personas se levantan para vivir la experiencia de una economía solidaria. Aldo Calliera es propietario de la empresa El Alba, que forma parte del proyecto de la Economía de Comunión (EdC), y se dedica a la cría de ganado en Santiago del Estero, en el Norte de Argentina. Para la gente del campo el trabajo empieza muy temprano: para quien viene desde lejos, incluso antes del alba. Tiene sus ritos y la matera es uno de ellos. Antes de empezar la jornada se prepara el mate, una infusión típica de América del Sur, que se bebe “en rueda”. En cada vuelta se comparten anécdotas, problemas y logros, las historias de uno y del otro, y así se va calentando el cuerpo en la medida que se tejen vínculos de amistad entre los compañeros de faena. El empresario no quería perderse la antigua tradición de sus gauchos argentinos y también él empezó a frecuentar muy temprano la matera, pero vio con sorpresa que cuando él llegaba, la conversación languidecía y el silencio llenaba el círculo. Así un día después de otro. Los gauchos han sido educados en una cultura en la cual, cuando llega el patrón, automáticamente se deja de hablar, no porque les moleste sino porque, desde los tiempos de la Conquista hasta hoy, han sido muchas las generaciones a las que se les ha inculcado la idea de que el obrero es inferior al patrón. Así, todas las veces que él iba quedaba con la sensación de que le habían dado un puñetazo en el estómago y de que el corazón se le había encogido porque no era capaz de ir más allá de ese muro. Pero su tenacidad logró que, poco a poco, todos se fueran abriendo y conversando. Todos menos uno: Ernesto. Un día, tenían programado “el servicio”, que es el lugar y el tiempo de apareamiento con el fin de producir terneros. Después de que se organizaron, Aldo y el ingeniero que estaba con él se preparaban para dar las órdenes a los obreros, pero Aldo Calliera se anticipó diciendo: “Déjame que yo hablo con mis hombres”. Se puso entonces a explicarles lo que querían hacer, pero en lugar de limitarse a darles las instrucciones les preguntó su opinión. Ernesto, a quien el empresario apenas le conocía la voz, habló por primera vez: “Creo que el próximo año no vamos a tener terneros”. Para Calliera fue una doble sorpresa. Le preguntó entonces el porqué de su apreciación. La respuesta fue sencilla: en el terreno donde estaba programado el servicio no había suficiente agua para todos los animales. Cualquiera lo habría podido decir, pero, en estas culturas, al patrón comúnmente sólo se le dice: “Si Señor”, aunque se piense lo contrario. «Entendí que sólo teniendo una visión antropológicamente optimista del otro –reflexionó Calliera- es posible lograr que cada uno dé lo mejor de sí. Que sólo así es posible ver riquezas que para otros quedan escondidas y buscar la mejor forma para hacerlas emerger. Que las riquezas de cada uno son virtudes que se descubren gracias a la confianza recíproca». Está de más decir que el empresario escuchó el consejo de Ernesto y cambió el lugar del “servicio” y que las cosas funcionaron de la mejor manera… La “matera”, ha sido la posibilidad para dar un salto cultural que ha ayudado a todos a construir relaciones de reciprocidad, que ni los trabajadores, ni sus padres, ni sus abuelos, hubieran podido imaginar. Fuente: EdC online
Pequeños actos, gran impacto
Pequeños actos, gran impacto
0 comentarios