La agudización en la República Centroafricana de graves desórdenes político-militares no ha hecho cambiar el programa del Papa Francisco, quien como auténtico mensajero de paz, en la Homilía de la Fiesta de todos los Santos anunció que el 29 de noviembre irá a ese sufrido país. En ese lugar desde hace más de tres años se ha encendido uno de los tantos conflictos militares que hieren el planeta, al cual la Comunidad Internacional pareciera no dar relevancia. Son guerras fratricidas, guerras olvidadas. Todo se inició en el 2012 con la ocupación de grandes zonas del país por parte de grupos rebeldes, que destruyeron no sólo las sedes institucionales sino también de todo lo que había de cristiano. Es éste un factor nuevo para la República Centroafricana, que es prevalentemente cristiana, con una minoría musulmana y de personas de las religiones tradicionales que convivían pacíficamente. La profanación de iglesias, el saqueo de las obras sociales, escuelas, hospitales, dispensarios, tiendas y casas de cristianos, han llevado a una gravísima emergencia alimenticia y sanitaria. Sobre una población de 5 millones de habitantes, 820.000 se han visto obligados a dejar sus casas. Ya no se puede construir, mandar a los hijos a la escuela, ya no se puede sembrar. También el terreno comunitario, que hace una década una Fundación italiana había comprado para las familias de los Focolares, fue forzosamente abandonado. Antes de la guerra existía un lote de tierra cercado, un pozo de agua, la casita del guarda y, todos los años, los recursos para comprar la semilla. Era un proyecto que permitía dar de comer a las familias y también tener alguna ganancia vendiendo algunos productos, que ahora ya no está. Todavía está activo el proyecto AFN (www.afnonlus.org) de ayuda a distancia a niños y adolescentes, pero los beneficiarios son sólo 89, una gota en el mar. En el 2013 Petula y Patrick Moulo, padres de cinco hijos, dos de ellos adoptados, acogieron en su casa de Bangui a 34 personas, compartiendo lo que tenían. Aunque si todo era limitado –comida, espacio, frazadas- el amor proveyó, haciendo todos la experiencia del “Mejor un pedazo de pan seco en paz, que la abundancia de la carne en la discordia” (Prov. 17,1). Entre estas personas había también una mujer musulmana con sus pequeños hijos. También las otras familias de los Focolares abrieron sus casas y su corazón. La gente trata de mantener una actitud pacífica, no de resistencia, con la esperanza de atenuar la represión. No es así. Cuando todo parecía resuelto –la así llamada ‘liberación’ de diciembre 2013- es decir, la guerrilla, se activó y ha dejado una estela de devastación. Muchos cuerpos quedan sin sepultar. Después de dos meses se ven todavía los restos de personas torturadas y asesinadas que bajan por los ríos. La gente se refugia en los campos, al frío y sin comida. En todas las familias hay alguien que fue asesinado. Es una guerra escondida, solapada, que en tres años ha dejado más de 5.000 víctimas, destruyendo a toda la población, con el hambre, las enfermedades, la inseguridad, los sueldos a cuentagotas. Al inicio del 2015 se abrió un período de tregua, pero los recientes hechos sangrientos del 26 de septiembre y del 29 de octubre despertaron el terror; muertos, heridos, casas quemadas. En una noche todos los campos de refugiados que poco a poco se estaban vaciando se llenaron de nuevo. En el ‘campo’ de los Focolares duermen (al aire libre) 96 adultos, mientras que los niños duermen hacinados en la casita de Irene e Inocent, los vigilantes del proyecto. La comunidad de los Focolares recoge lo poco que tiene: ropa, comida, cobijas, que comparte con quien lo ha perdido todo, y lleva ayuda también a los refugiados que se encuentran en otros campos. La población está extenuada. El Papa Francisco dentro de poco estará con ellos, “para manifestar la cercanía orante de toda la Iglesia (…), para exhortar a todos los centroafricanos a ser cada vez más testigos de la misericordia y la reconciliación”. Lo acompañarán las oraciones de todos nosotros, junto a esperados y necesarios gestos concretos de solidaridad.
Aprender y crecer para superar los límites
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