Malta, la más grande de las islas que componen el homónimo archipiélago engarzado en el Mediterráneo central, entre Sicilia, Túnez y Libia, en el primer semestre del 2017 está a la cabeza del Consejo de Europa, al haber asumido la presidencia de turno, por primera vez en su historia. La isla, cuyo símbolo es una cruz con ocho picos, emblema de las ocho bienaventuranzas, es la lengua de tierra más próxima a las tragedias que se consuman cotidianamente en esa tumba azul en la que se ha transformado el Mediterráneo, un empalme acuático entre África, Medio Oriente y Europa para quien trata desesperadamente de encontrar una nueva posibilidad de vida. En sus costas otro náufrago encontró reparo, después de catorce días a la deriva. Fue San Pablo, de regreso a Roma, alrededor del año 60 D.C. Según la tradición, el barco que lo transportaba a él y a otros 264 pasajeros naufragó después de una tempestad. Todas las personas a bordo llegaron a la costa nadando. Después de algún tiempo, fue invitado a la residencia de Publio, el gobernador romano quien estaba estacionado en las islas, curó a su padre de una terrible influencia. El gobernador se convirtió al cristianismo y fue el primer Obispo cristiano de Malta. De las raíces cristianas de Europa se habló en Valletta, la capital de Malta, el 7 y 8 de mayo pasados, la víspera de la fiesta de Europa, en ocasión del Foro sobre el Estado de la Unión Europea, “Towards a Europe of Hope, Healing and Hospitality”, promovido cada año por el Parlamento Europeo en la nación que tiene la presidencia. El objetivo es promover un diálogo inspirado en la visión fundadora de Robert Schuman. El primer día, después de la inauguración en la catedral anglicana, de un momento artístico, una oración dirigida a la esperanza y un corteo por las calles de Valletta hasta la co-catedral católica de San Juan, tuvo lugar la intervención del arzobispo Scicluna, seguido del de María Voce. La presidente del Movimiento de los Focolares propuso una reflexión sobre “Curación y Reconciliación”.

En la co-cattedral católica de San Juan, Maria Voce propuso una reflexión sobre el tema “Curación y Reconciliación”
A propósito de la cultura que nace de una profunda reconciliación, María Voce citó a Chiara Lubich: «Cada persona puede aportar una contribución en todos los campos: en la ciencia, en el arte, en la política, en las comunicaciones. Y mayor será su eficacia si trabaja junto con otros unidos en el nombre de Cristo. Es la encarnación que continúa. Asi nace y se difunde en el mundo, aquella que podemos llamar la ‘cultura de la Resurrección’». Pero, para que esto ocurra, «se requiere que nosotros los cristianos recorramos el camino hacia la plena y visible comunión, a sabiendas de que es determinante para la unidad de Europa y para servir mejor a la humanidad». Un camino que recientemente ha visto la realización de etapas históricas, como aquella de Lund, en Suecia, de Lesbo, en Grecia y de Cuba. «En un contexto europeo multicultural y multirreligioso hay necesidad de una nueva capacidad de diálogo, concluyó María Voce. Un diálogo que se puede apoyar en la Regla de oro, común a todas las principales religiones de la tierra». Resulta significativo reafirmarlo precisamente en Malta, ancla segura en el Mediterráneo, en la esperanza de que este mar en lugar de ser tumba azul vuelva a ser Mar-Nuestro, en donde Europa, África y Medio Oriente puedan encontrar la ruta de la paz.




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