Movimiento de los Focolares

Angiolino y sus pobres

Jul 30, 2014

«No resuelvo sus problemas, pero por lo menos sienten que tienen a alguien que los quiere....».

2014_07_Angiolino_1Angiolino el “descentralizado”. Esta sería, me parece, la palabra que mejor lo define. Es alguien que encuentra su “centro” no tanto en el propio yo, sino en el otro. “Vivir fuera de sí mismo”, se convirtió para Angiolino Lucchetti en la razón de su vida. Tiene 75 años. Vivió en varias zonas de Italia; también estuvo en Bélgica y en Argentina, y ahora, desde hace algunos años, en Roma. «Cuando llegué a Roma, en los primeros tiempos, me sentía un poco incómodo. Conocía a poquísima gente; al mismo tiempo sentía la necesidad de hacer algo por los demás, que a menudo me parecían personas cansadas, estresadas, desconformes, sumergidas en sus problemas. Entonces, con simplicidad, comencé a entablar relaciones con los que me salían al paso, con los comerciantes, con el que vende flores, con el mozo del bar, con el vendedor de peri… Pero sobre todo con muchos pobres que piden limosna. Cuando voy a la iglesia, los veo, se me acercan incluso cuatro o cinco. Alguno me pide una moneda, otro un par de pantalones, otro….algo de ropa. Cuando no tengo nada para darles, me detengo a conversar con ellos y se sienten acogidos. De vez en cuando, voy a saludar a un rumano que, por causa de un accidente tiene la pierna rígida. Está casado, tiene una hija y siente que soy como su papá. ¿Alguno me cuenta que no desayunó? Lo invito a tomar algo en la cafetería o voy a comprarle algo  para comer. Hasamed de Bangladesh mantiene su familia lavando los vidrios de los autos. Cuando insiste en ofrecerme un capuchino, por respeto a su dignidad, dejo que pague él. Si alguien me pide algo que supera mis posibilidades, se lo pido al Eterno Padre, y muchas veces la respuesta llega. Una vez, no sabiendo de qué forma ayudar a una señora rumana que tenía grandes carencias, le di mi cadenita de oro. A veces me siento con ellos a escuchar lo que me quieren contar, sin preocuparme de quien mira (hace tiempo que perdí el respeto humano)… No resuelvo sus problemas, pero por lo menos sienten que tienen a alguien que los quiere. No siempre esta forma mía de proceder es bien vista. Una vez una persona me amenazó: «Usted les da mucha confianza a esa gente, después se aprovechan y vienen a robar. Si usted sigue actuando así, ¡yo lo denuncio a la policía!» Yo sigo adelante lo mismo, convencido de que el ejemplo contagia. Como aquella vez que llovía y por los Museos del Vaticano venía bajando  un anciano barbudo, empapado, con paso vacilante y con un zapato descosido. Olía a vino y ¡llegaba en el momento justo! Pues efectivamente, había recién cobrado mi jubilación con un dinero de más. “Ven, que te compro un par de zapatos”. Cuando estábamos entrando en la zapatería, un señor me dice: «Yo colaboro con diez euros» Entre otras cosas, descubro en mí, un cierto talento para actuar como payaso. Uso para mis payasadas un metro de madera plegable y lo que recaudo en mis actuaciones entre amigos me sirve para ayudar a unos seminaristas extranjeros que quedaron sin dinero porque el obispo que los ayudaba se murió, y  a otros, que están en el Congo, que de lo contrario no podrían continuar sus estudios. También pude mandarle una ayuda a un matrimonio que no sabía cómo pagar la cesárea de la esposa, en la quenació una linda niña. Cuando se presenta la ocasión, cuento estos hechos y ya es la segunda vez que mi peluquero, en lugar de cobrarme, me dice: «El dinero que me tienes que dar, mándalo al Congo». Vivir así es una buena inversión. Por ejemplo, a veces salgo de casa encerrado en mí mismo, un poco apesadumbrado por algún problema personal, pero basta con que vea a alguno de mis amigos pobres para decirme a mí mismo: Animo, Angiolino, ¡arriba! Sal afuera de ti mismo, hazles una sonrisa… Y, olvidándome de mí, vuelvo libre y contento». Fuente: Cittá Nuova online

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