Al final parecía que estábamos en Broadway, en la conclusión de un musical. Camisas negras para hombres y mujeres, zapatillas amarillas o azules para las muchachas, danzas y una serie de canciones conocidas que narraban alegrías y ansias, dolores y sueños del pueblo estadounidense. El prolongado aplauso expresó la alegría y gratitud por esta “jornada inolvidable para toda Norteamérica”, que requirió medio siglo de preparación, como comentaron los presentadores.

En la cita para celebrar los 50 años de la llegada del Movimiento de los Focolares a Norteamérica, que tuvo lugar a 150 km. al norte de Nueva York, se reunieron 1300 personas en representación de las tantas comunidades difundidas en Canadá, Estados Unidos y el Caribe. Compartiendo la fiesta estaban también hebreos y musulmanes. “Es un país apto para la Espiritualidad del Movimiento –afirmó Chiara Lubich-, cuando en 1964 llegó a los Estados Unidos-, hay un verdadero sentido de la internacionalidad”.

Era su primera visita. A la cual siguieron otras seis, para subrayar la importancia estratégica que atribuía a esta parte del continente. Cada vez que vino la fundadora se abrieron nuevas vías, desde el diálogo con los afroamericanos musulmanes (fue la primera mujer que habló en la mezquita Malcom X) a la colaboración con los actores, directores y escenógrafos de Hollywood.

Parecía que todavía no había llegado el momento de llegar al Nuevo Mundo. La historia fue así. Julia Conley, de Detroit, regresando a los Estados Unidos después de la Mariápolis de Friburgo de 1960, escribió a Chiara Lubich y al Padre Foresi pidiéndole que mandara a alguien a los Estados Unidos y diciendo que ella lo habría hospedado. La carta no produjo efecto, pero la señora (como auténtica estadounidense) no se desanimó y escribió nuevamente, enviando esta vez el dinero para dos boletos aéreos.   Entonces Chiara dijo: “Este es un signo de Dios”. Y mandó a Silvana Veronesi, una de sus primeras compañeras y a Giovanna Vernuccio. En 1961, Giovanna regresó a Nueva York con Serenella Silvi (presente en la sala y festejada) y Antonio Petrilli, quienes dieron vida a dos focolares.

Jugando con los app –las aplicaciones para los celulares de nueva generación- los jóvenes hicieron que la sala hiciera el tour por Norteamérica presentando con fotos y entrevistas en directo o por vídeo la vida y las iniciativas de los distintos Estados. No podían faltar los efectos especiales. Por eso las comunidades de la Costa Oeste, la del Pacífico, donde está Hollywood, tuvieron la idea de empezar con una sigla, con la que empiezan las películas de la Twenty Century Fox, con reflectores que escrutan el cielo –como recordarán- y la musiquita, sustituyendo el nombre de la casa de producción con el de  West Coast Focolare.

Pero el ápice todavía tenía que llegar. Fue cuando María Voce y Giancarlo Faletti subieron al palco para un momento de diálogo con los presentes. Sesenta minutos de conversación, respondiendo a once preguntas, que tocaron temas centrales, desde el  temor ante el dolor y la muerte a la relación entre Evangelio y niveles de bienestar, desde los abusos sexuales en la Iglesia de Estados Unidos a la relación con los medios de comunicación.

«Permítanme pensar en esas dos muchachas que tenían ante si esta vasta nación –dijo confidencialmente la Presidente- y ver hoy, después de 50 años, cuánto ha crecido la familia que ustedes representan». Un momento de pausa y después la consigna para cada uno: «Aquí está el mandato de Chiara, el de ser una Silvana, una Giovanna, que vuelven a sus ciudades con su mismo deseo de dar testimonio del carisma de la unidad».

María Voce quedó impresionada por la sencillez, la genuinidad y generosidad de este pueblo, puso en evidencia esta vez el optimismo, que en cualquier situación ayuda siempre a encontrar el remedio. Y lanzó espontáneamente una frase que resonó como un eslogan: «¡Después de estos 50 años todavía algo se puede hacer y nosotros lo haremos!»

Benedetto XVI, en el saludo augural, subrayó que «conscientes de la marcada dimensión multicultural del Focolar de Norteamérica, reza para que también las relaciones entretejidas con los miembros de otras comunidades religiosas den frutos abundantes para el progreso de la comprensión recíproca y de la solidaridad espiritual al servicio de toda la familia humana».

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