Movimiento de los Focolares

“Me fascinaba su vida transparente”.

Soy libanesa, ortodoxa, de padre ortodoxo y madre católica. Mis padres son creyentes. En la familia nunca se le había dado importancia a la palabra ‘católico’ u ‘ortodoxo’. Era natural festejar las dos Pascuas junto con las dos familias. A los 15 años empecé a rechazar ambas religiones, también porque en Líbano, religión y política están estrechamente relacionadas. Pensaba que los hombres habían mezclado todo y no distinguía nada. Para mí Dios no podía existir y permitir la guerra y la injusticia. Fue así como perdí la poca fe que tenía.. Después de algunos años llegamos al ápice de la guerra en Líbano. Mis padres se fueron a París. Yo me quise quedar para defender mi país. Traté de entrar en el ejército; sin embargo, hastiada ya de la inutilidad de mis esfuerzos y de mí misma, obedecí a la voluntad de mis padres y los alcancé en Francia. Sin embargo mi vida allí ya no tenía ningún sentido: tenía que liberar a mi país… Para no pensar en ello, me distraje en las diversiones de la vida. Mientras tanto mi hermano había conocido y empezado a vivir el Evangelio. Su vida me fascinaba: era tan transparente. Me invitó a conocer a otras personas y fui. Era otro mundo. Veía gente que me acogía con mucho amor, muy sonriente. Volví a casa feliz, el amor estaba renaciendo dentro de mí. Comencé a frecuentar mi Iglesia, a descubrirla y amarla. Leí su historia, fui a un curso de teología. Comprendí que tenía que estar unida a ella, experimentando la ayuda de esta espiritualidad evangélica, que te hacer ir más allá de las divisiones en el respeto de las diferencias. ¡Era ésta la verdadera revolución! (S. W. – Libano)

Fieles a los valores tradicionales, pero abiertos a lo nuevo

Fieles a los valores tradicionales, pero abiertos a lo nuevo

Impresionantes fueron los testimonios de las familias de los cinco continentes contados en el momento cúlmen del Encuentro Mundial de las Familias promovido por el Pontificio Consejo para la Familia.  Desde África, la familia Simango -el padre, la madre y dos gemelos de 14 años- vive en un ambiente permeado por preciosos valores tradicionales. Pero es también fuerte el riesgo de que el consumismo, con la presión de los medios de comunicación, borre todo e imponga otros modelos. Es importante educar a los hijos en el respeto de las tradiciones, pero siempre abiertos a lo nuevo… Dennis (padre) Como en tantos países de África, también entre nosotros sube continuamene el precio de las cosas mientras que los sueldos permanecen igual. Como consecuencia, cada vez hay más personas bajo el nivel de la pobreza. Nuestros mercados se llenan de productos lujosos y modernos: juegos, vestidos de todo tipo, teléfonos… y la publicidad incita a comprarlos. De este modo, en lugar de intentar combatir la pobreza creando nuevas oportunidades de desarrollo, la gente se apasiona por estas cosas y sufre porque no puede conseguirlas. Como padres sentimos el deber de enseñar a nuestros hijos a distinguir lo que es esencial en la vida y lo que no lo es, como es el caso de todas esas cosas que ellos, en un primer impulso, desearían tener. Intentamos que comprendan que la tecnología no puede sustituir nuestra buena voluntad de respetar lo que ya tenemos y que debemos comprar sólo cosas nuevas cuando es necesario. Pero más que mediante nuestras palabras, lo hacemos escuchando juntos el Evangelio. Una tarde hemos reflexionado, también con los niños, sobre las palabras de Jesús: “Cualquier cosa que hayáis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, me la habéis hecho a mí”. Al día siguiente nos contamos unos a otros, de manera espontánea, cómo habíamos llevado a la práctica esta palabra y hemos visto que todos hemos podido compartir algo con los demás, pensando en dárselo a Jesús. Yo había dado el tiempo del descanso de la comida a un alumno con dificultades; mi mujer había dado arroz a una vecina que no tenía nada; los niños habían prestado uno el lápiz y el otro la goma a sus compañeros. Al contarnos estas cosas, los más felices eran los niños, que habían comprendido que no es necesario ser ricos para poder compartir. Margaret (14 años) En el colegio nos dan sólo la comida básica, no siempre suficiente. El año pasado, muchos de mis compañeros se quejaban de hambre y con frecuencia yo les daba todo lo que había traído de casa. Al regresar a casa por las vacaciones, mi madre se dio cuenta de que estaba un poco delgada. Cuando supo el motivo, me recomendó no dar de lo necesario para vivir pero me ha dado otras cosas para que pudiera compartirlas. Modesta (madre) En nuestra cultura, compartir está considerado un gran valor, como dice un antiguo proverbio africano: “…A diferencia de un pedazo de tela, la comida no es nunca tan poca que no se pueda compartir.” Pero con la influencia de los medios de comunicación, muchos han comenzado a pensar que es mejor retener para uno mismo todo lo que se posee. Otro peligro ligado al uso incontrolado de la Televisión son las telenovelas y los dibujos animados de importación, que ofrecen modelos de vida muy distintos a los de nuestra cultura, sobre todo en lo que respecta al consumismo y a las relaciones entre hombres y mujeres. En familia hemos acordado unas reglas, por ejemplo nada de televisión durante los días de colegio y en los fines de semana y en las vacaciones sólo dos horas al día y teniendo cuidado con los programas que se ven. A veces conseguimos DVDs, procurando que sean buenos, los cuales luego los intercambiamos con las familias de los diversos grupos que atendemos, sea en nuestra ciudad o en las zonas rurales. Pero sobre todo hablamos con los jóvenes sobre lo que han visto, a fin de suscitar en ellos un sentido crítico adecuado, “para poder discernir –como enseña San Pablo- la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12,2). Mario (14 años) Cuando estaba en el colegio estaba impaciente por regresar a casa para pasar todo el tiempo ante el televisor. Hablando con mi familia, he comprendido que no es ésta la verdadera libertad y que la televisión a veces puede convertirse en una trampa. Así he aprendido a pasar incluso varios días sin encenderla. Modesta ¡Oh María, que eres la reina de África!, tú sabes que es una tierra rica en recursos, pero que atraviesa por grandes dificultades: pobreza, desnutrición, sida, epidemias, conflictos y guerras. Danos gobernantes sabios y mantennos fieles a aquella cultura de la vida que nos han enseñado nuestros padres. Ayúdanos a vivir y a transmitir a nuestros hijos la buena noticia del Evangelio, compendio de valores humanos y cristianos, que nos hace hijos tuyos y hombres nuevos.

Fieles a los valores tradicionales, pero abiertos a lo nuevo

Último saludo al Imán de la paz: W.D. Mohammed

“Nos comprometemos más que nunca a recorrer juntos el camino que nos han abierto nuestros dos grandes guías”, escribe la presidente de los Focolares, Emmaus María Voce a los familiares y seguidores “del queridísimo Imán W.D. Mohammed, quien ofreció su vida por la paz y la fraternidad universal”.

Una profunda amistad espiritual de más de diez años unía a Chiara Lubich y al Imán, reconocido por su autoridad moral, como el mayor líder de los musulmanes afro- americanos, fallecido en su casa en Markham, Illinois, el pasado 9 de septiembre, a la edad de 74 años.

“Las miles de personas que acudieron de todos los Estados Unidos a su funeral, le rinden homenaje – según se lee en la prensa norteamericana – al más grande líder musulmán de los Estados Unidos”. Y acota: “Grupos de musulmanes en otros tiempos heridos por divisiones internas, se ha encontrado unidos delante de un hombre que dedicó su vida a llevar la unidad”. De las impresiones recogidas entre los presentes: “El 11 de septiembre de 2001 había significado un día triste para los musulmanes. Hoy en cambio, es para nosotros un día que nos llena de orgullo” afirma un seguidor del Imán.

En 1975, sobre su lecho de muerte, su padre, Elijah Mohammed, le había confiado la conducción de la comunidad afro-americana “Nation of Islam”, fundada por él para el rescate moral y social de los afro-americanos. W.D. trabajó para guiar a sus seguidores hacia un Islam más fiel a sus raíces, subrayando la tolerancia racial y la universalidad del Islam. Se convirtió en un constructor de puentes entre los musulmanes afro-americanos y los musulmanes que emigraron a Estados Unidos de Medio Oriente y de Asia, con los cristianos, entre blancos y negros. Por su extraordinario trabajo en el campo interreligioso, en 1994 fue nombrado entre los presidentes internacionales del “World Council for Religions and Peace” (Consejo Mundial de las Religiones por la Paz).

El camino recorrido juntos por los seguidores del Imán Mohammed y Chiara Lubich comenzó en el histórico 18 de mayo de 1997 en la Mezquita Malcolm Shabazz (conocida también como Malcolm X) en Harlem, Nueva York. Era la primera vez que una mujer cristiana, blanca, tomaba la palabra en la mezquita. Tres mil musulmanes y una buena representación de los miembros del Focolar estaban presentes. Mientras Chiara contaba su experiencia cristiana, citando el Evangelio y algunas frases del Corán que ilustraban cuánto tenemos en común, fue interrumpida con frecuentes aplausos y exclamaciones “¡Dios es Grande!”. Poco después, en un encuentro privado, W.D. Mohammed y Chiara hicieron un pacto en el nombre del Dios único: trabajar sin descanso por la paz y la unidad.

La fidelidad a este pacto ha dado innumerables frutos de unidad entre las comunidades del Focolar y sus seguidores: el diálogo que se ha desarrollado se ha vuelto signo de esperanza, luz para muchos. Se ha mostrado particularmente importante después de los atentados del 11 de septiembre.

Luego se dieron varios viajes del Imán Mohammed y de sus seguidores a Roma, para participar en los encuentros interreligiosos organizados por los Focolares. En 1999, en representación de todo el mundo musulmán, fue invitado a hablar en el gran encuentro interreligioso como preparación al Jubileo, en Plaza San Pedro, con la presencia del Papa Juan Pablo II. En dicha ocasión el Papa alentó y bendijo el diálogo iniciado con los Focolares.

En el 2000 invitó nuevamente a Chiara a hablar a los 7.000 musulmanes y cristianos reunidos en Washington en un encuentro de dos días con el título: “Faith Communities Together” (Comunidades Religiosas Juntas), porque, decía, “América tiene necesidad de escuchar tu mensaje, de ver esta unidad que nos une”.

Desde ese momento han nacido y continúan desarrollándose en muchas ciudades de los Estados Unidos (desde Washington a Los Ángeles, Miami, Chicago, Nueva York, etc.) “Encounters in the Spirit of Universal Brotherhood” (Encuentros bajo el espíritu de la fraternidad universal), encuentros de diálogo en los cuales se profundiza un punto de la espiritualidad de la unidad, sea desde el punto de vista cristiano como del musulmán, con intercambios de experiencias de vida concreta.

Resale a pocos días atrás los últimos contactos de los responsables de los Focolares, en Chicago, con el Imán Mohammed. De hecho se había programado para asistir, junto con un grupo de sus seguidores, al próximo congreso internacional de diálogo cristiano-musulmán que se desarrollará en Castelgandolfo del 9 al 12 de octubre próximos. Sin embargo, su médico le había prohibido hacer viajes largos debido a disturbios cardíacos.

Un hombre profundamente de Dios, el Imán Mohammed durante su convenio nacional del 2005, hablando a 4.000 de sus seguidores, había afirmado con fuerza: “Tenemos que amar a todos como deben ser amados: tenemos que amar a los cristianos de modo que sean mejores cristianos, tenemos que amar a los musulmanes de modo que sean mejores musulmanes”.

Cuando se le había preguntado a Chiara acerca de su relación con el Imán Mohammed, había respondido: “Con él me siento a mis anchas, pues me parece que el Señor lo puso a nuestro lado, así como nos puso a nosotros a su lado, por un plan de amor Suyo que comprenderemos conforme vayamos adelante en nuestra comunión y trabajando juntos”.

Y el Imán Mohammed, en una entrevista había declarado: “Yo creo que es posible librarnos del veneno de los prejuicios si somos sanados espiritualmente. Esto es lo que nosotros podemos mostrar, cómo personas de religiones diversas se reconocen parte de una única humanidad. Creo que estamos haciendo un gran trabajo, que damos la posibilidad a personas que se odiaban, de liberarse del odio, de encontrar una vida nueva, una felicidad nueva, porque el peso de los prejuicios ha sido retirado de sus corazones”.

El perdón a cualquier precio

Tanto mi marido como mis hijos son alcohólicos. Hasta hace un año, Tom, el más grande, convivía con una muchacha. Los dos resultaron ser, no sólo alcohólicos, sino también toxico dependientes. Hace alrededor de un año mi hijo volvió a casa pues ya no se entendía con la mujer con quien vivía. Sólo que para entonces había nacido un niño. La idea de este nietecito me daba mucha pena pues la situación era sumamente dolorosa. Yo culpaba a la madre y un día, encontrándomela por la calle, la acusé abiertamente de muchas cosas. Nos dejamos llenas de amargura. Está de más decir que volviendo a casa me sentía culpable por no haber amado. Y todas las justificaciones que trataba de encontrar, el repetirme que en el fondo yo tenía razón, que lo había hecho por mi nieto, no me daban paz. Algo dentro de mì me impulsaba a llamarla para pedirle disculpas, a pesar de que me parecía muy difícil. No sabía si me escucharía. En cambio, cuando le pedí perdón, fue ella quien después la que se disculpó conmigo. Varias semanas después de este episodio, a Dorothy la pusieron presa. Las cosas iban de mal en peor, y yo, preocupada por la situación de mi nietecito, sentía un fuerte resentimiento hacia los padres, por haberlo traído al mundo en esa situación. Al no estar casados, el niño sería confiado al Estado. El resentimiento que sentía dentro crecía hora tras hora, y ni siquiera las palabras de Jesús sobre el perdón me daban la paz. Tenía que amar también a Dorothy, independientemente de lo que le sucediera a mi nieto. Después de varios intentos, finalmente la Palabra hizo brecha en mi corazón y con un alma nueva fui a visitarla a la prisión: me abrazó, conmovida. Creo que sintió que fui para amarla y aceptarla así como era. Fue ella quien me habló del niño y me pidió si podía cuidarlo yo. Así la custodia legal de mi nieto pasó a mi hijo y ahora ambos viven bajo mi techo. Me pareció que el céntuplo prometido por Jesús al que busca su Reino, haciendo su voluntad, el fruto por haberme empeñado en amar, hasta el fondo.