Diciembre 2020

«Al poco de nacer Mariana, los médicos le diagnosticaron una lesión cere- bral. No podría hablar ni andar. Sentimos que Dios nos pedía que la amásemos así, y nos lanzamos en los brazos del Padre –escribe Alba, una joven madre brasileña–. Vivió con nosotros durante cuatro años y nos dejó a todos un mensaje de amor. Nunca oímos de sus labios las palabras “mamá” o “papá”, pero en su silencio hablaba con los ojos, que tenían una luz resplandeciente. No pudimos enseñarle a dar sus primeros pasos, pero ella nos enseñó a dar los primeros pasos en el amor, a renunciar a nosotros mismos para amar. Mariana fue para toda la familia un regalo del amor de Dios que podríamos resumir en una única frase: el amor no se ex- plica con palabras».

Esto nos sucede también hoy a cada uno de nosotros: ante la imposibili- dad de gobernar toda nuestra existencia, necesitamos luz, aunque sea un vislumbre que muestre por dónde salir, qué pasos dar hoy hacia la sal- vación de una vida nueva.

«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?».

La oscuridad del dolor, del miedo, de la duda, de la soledad, de las circunstancias «hostiles» que hacen vanos nuestros sueños, es una experiencia que hacemos en todos los puntos de la tierra y en toda época de la historia humana, como atestigua esta antigua oración contenida en el libro de los Salmos.

Probablemente el autor sea una persona acusada injustamente, abandonada por todos y a la espera de juicio. Está sumida en la incertidumbre de un destino amenazador, pero se encomienda a Dios. Sabe que Él no abandonó a su pueblo en la prueba, conoce su acción liberadora; por eso encontrará en Él la luz y recibirá refugio seguro e inatacable.

Precisamente al ser consciente de su fragilidad, se abre a la confidencia con Dios, acoge la presencia de Él en su vida y espera con confianza la victoria definitiva recorriendo los imprevisibles caminos de su amor.

«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?».

Este es el momento oportuno de volver a encender nuestra confianza en el amor del Padre, que quiere la felicidad de sus hijos. Él está dispuesto a cargar con nuestras preocupaciones (cf. 1 P 5, 7) de modo que no nos repleguemos sobre nosotros mismos, sino que seamos libres de compartir con los demás nuestra luz y nuestra esperanza.

La Palabra de vida, como escribe Chiara Lubich, nos guía por el camino que va de las tinieblas a la luz, del yo al nosotros: «[…] Es una invitación a reavivar la fe: Dios existe y me ama. […] ¿Me encuentro con una persona? Debo creer que a través de ella Dios tiene algo que decirme. ¿Me entrego a un trabajo? En ese momento sigo teniendo fe en su amor. Llega un dolor: creo que Dios me ama. ¿Llega una alegría? Dios me ama. Él está aquí conmigo, es siempre conmigo, lo sabe todo de y comparte cada pensamiento mío, cada alegría, cada deseo, lleva conmigo cada preocupación, cada prueba de mi vida. ¿Cómo reavivar esta certeza? […] Busndolo en medio de nosotros. Él prometió estar allí donde dos o más esn unidos en su nombre (cf. Mt 18, 20). Así pues, encontrémonos en el amor mutuo del Evangelio con todos los que viven la Palabra de Vida, compartamos experiencias y comprobaremos los frutos de esta presencia suya: alegría, paz, luz, valentía. Él permanecerá con cada uno de nosotros y seguiremos sintiéndolo cerca y operante en nuestra vida de cada día»[1].

Letizia Magri

[1] Palabra de vida, julio de 2006: C. LUBICH, Parole di Vita (ed. F. Ciardi), Città Nuova, Roma 2017, pp. 785-786 (próxima publicación en castellano).

 

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«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?» (Sal 27, 1).

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