También en el pequeño país centroamericano, que tiene una fuerte población indígena y por lo tanto, es muy sensible a los contrastes sociales, hay nueve empresarios guatemaltecos que desde junio pasado se inscribieron en un curso de EdC. Con clases mensuales están profundizando los fundamentos del proyecto, dialogando también con quienes llevan adelante experiencias que ya están funcionando en otras partes del mundo. «El texto básico – explica Sandra Macario, coordinadora del curso- es el libro de Bruni “El precio de la gratuidad”, pero frecuentemente nos conectamos via Skype con otros empresarios de EdC de México y de otras partes de América Latina». El 26 de noviembre, el curso realizó un open day e invitó a todos los que tuvieran interés en el curso a un ‘almuerzo de fin de año’, algo característico de este pais, donde hubo comidas típicas de maíz y porotos. Participaron 40 personas. La invitada de honor fue María Luisa Altamirano de México, quien al compartir su experiencia de empresaria, suscitó preguntas y un rico diálogo entre los participantes. Además de los alumnos del curso, tomó la palabra también el empresario brasiliano Ismael Yos, quien había hecho el mismo curso en Brasil. Entre los testimonios, fue impresionante el relato del arquitecto guatemalteco Jorge Mario Contreras. Él no siempre puede contar con un trabajo continuado, por lo cual tiene un equipo de trabajadores a quienes contrata de vez en cuando. Ellos saben que el trabajo es escaso y comprenden que cuando no trabajan para él deben salir a buscar ocupación donde se pueda.
A veces los trabajos son urgentes. Como aquella vez en que se debía reestructurar y dejar listo un Centro de Diálisis. Habían cancelado un contrato con otra empresa y por consiguiente se había suspendió esa obra, pero trabajar en este Centro era algo sumamente urgente. Habia necesidad de albañiles para que los locales sean adecuados y técnicos que pusieran en funcionamiento las máquinas. El arquitecto Contreras presentó su presupuesto, y todas las condiciones del trabajo fueron aceptadas, excepto el tiempo de finalización del Centro, pues exigían que lo terminaran en la mitad del tiempo propuesto, de lo contrario no le asignaban el trabajo. Era un problema imposible de resolver. La última esperanza estaba en el diálogo con los trabajadores. Un concepto, el del diálogo, que hacía tiempo que el arquitecto Contreras se había dado cuenta de que era fundamental y lo había introducido como uno de los pilares de su trabajo. Un estilo de vida que en este momento crítico demostró toda su eficacia. Se propuso a los trabajadores que hicieran doble turno, lo cual fue aceptado unánimemente, no sólo para no perder un trabajo, sino porque tenían confianza en él y entre ellos. Contra todas las previsiones técnicas, el trabajo fue terminado a tiempo y los pacientes que estaban en espera pudieron recibir su tratamiento en el momento indicado. En otra ocasión el arquitecto recibió una llamada telefónica de uno de sus empleados. Era de mañana temprano, un horario en que normalmente no se tendría que molestar al jefe. Pero la cosa era grave: la hija pequeña de este empleado estaba mal y precisaba urgentemente una medicina muy cara y el obrero no tenía el dinero suficiente para comprarla. Contreras lo escuchó como a un hermano; “Ahora empiezo a rezar por tu hija- le dijo- Apenas abran los bancos te haré el depósito del dinero necesario”. Contreras cuenta que sintió que su empresa “se había convertido en una familia”
Escuchar atentamente, hablar intencionalmente
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