Gonzalo Perrín no habría nunca imaginado que a sus 29 años habría sido socio y manager de una fábrica de galletitas. Estaba aún estudiando en el área de la Hotelería cuando conoció la Economía de Comunión (EdC), quedando tan impresionado que quiso dejar todo para poner en práctica los ideales que la animan. «En el 2008 – cuenta- renuncié a mi trabajo y volví a mi pueblo, a O’Higgins para producir galletitas. Al principio trabajaba en mi casa donde estuve varios meses mientras organizaba el galpón y compraba las máquinas adecuadas» Hoy dirige “Pasticcino”, una fábrica que está ubicada dentro del Polo industrial Solidaridad, en la ciudadela argentina de los Focolares. Produce dos millones y medio de galletitas por mes, que se distribuyen en 25 cadenas de bares y cafeterías. Actualmente se está estudiando la posibilidad de abrir una sucursal en Brasil, en el Polo Spartaco de la ciudadela que queda cerca de San Pablo.
Para permancer fieles al espíritu de la EdC y compartir las utilidades de la empresa con los necesitados, Gonzalo tuvo que pedir préstamos a los bancos. Otra experiencia particular es que en la “Pasticcino” se vive en integración con los empleados, en especial con Charly, un no vidente. Durante una visita que le hicieron, hubo alguien que le dijo a Gonzalo que Charly era un costo extra para la empresa: «Puede ser que resulte un poco más costoso – respondió-, pero lo que no se ve en el balance es que él representa una riqueza enorme para la empresa, por las ideas que propone y por el buen ambiente que despertó entre los colegas». Lo cierto es que hoy Gonzalo aprecia a Charly no tanto como un empleado sino como un consejero y un amigo.
Si alguien le pregunta si vale la pena y si no quisiera ganar un poco más, responde: «A veces cuando subo al auto de un amigo, digo: ¡qué buen auto! Pero tampoco a mí, nunca me faltó nada y las cosas más importantes de la vida, es decir las relaciones entre las personas, no se compran con dinero. No sé cuánto tiempo durará la empresa, pero si terminara, las relaciones quedarán y éste es el bien más precioso que tengo».
Ultimamente, Gonzalo debía cerrar un gran negocio con un nuevo cliente: «Ya estuve en cinco reuniones. Hace diez días fui a la sexta y parecía que existiesen posibilidades. Desde entonces vivía mirando el teléfono y esperando. Me estaba enloquecinedo, cuando, durante el cumpleaños de mi papá, mi abuela de 82 años me preguntó cómo marchaba la empresa. Le conté a fondo sobre este negocio y me respondió: “No te preocupes Gonzalo, si no concluyes nada con esta compañía será por un bien mayor”. No sé cómo, pero ante esas palabras, la preocupación desapareció».
Después de algunos días llegó, en cambio, el cumpleaños de la abuela «y justo ese día, el gran cliente del que hablaba, ¡me aceptó como proveedor! ¡La “Pasticcino” crece!»
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