«Esta experiencia ha sido fantasmagórica, podría sacarme los ojos porque ya lo vi todo. Si dentro de veinte años llego a ser profesor, le voy a decir a mis alumnos: “Esta experiencia la hice yo con mis ex-compañeros” y también les diré que no hubiera logrado hacer todo esto sin ellos y sin el gran artista Antonino».
La materia prima para dar vida al taller creativo, que se realizó en doce salones de clase, fueron 4.700 teselas de vidrio. Fue una experiencia que los chicos definieron como “inolvidable”, y que los ayudó a desarrollar la fantasía y el respeto hacia el otro a través del trabajo colectivo. El taller fue ideado por la Asociación Alessandro Mammucari, que está inspirada en la espiritualidad de los Focolares y que sostiene el proyecto “Sbulloniamoci” (“Desbullyinémonos”), que promueve la Municipalidad de Latina, usando el arte como vehículo principal.
Un artista que trabaja con vidrio, Antonino Casarin, su brazo derecho, Patrizia Sarallo, y la coordinadora y profesora de historia del arte, Tatiana Falsini, involucraron a 120 chicos en esta aventura creativa durante dos días.
Alegría, tristeza, rabia, temor, son las cuatro emociones fundamentales para nuestra sobrevivencia, elegidas como tema base para el laboratorio. Se empezó con una introducción al arte abstracto, subrayando su estrecha relación con el mundo de las emociones. ¿Cómo funciona? La coordinadora, Tatiana, explica: «Se invita a los chicos a observar las obras de arte en vidrio del artista Casarin, y a tratar de percibir su significado más profundo a través de dos sentidos: la vista y el tacto. Pasamos por cada pupitre y todos escuchan con profundo estupor. Después los invitamos a escribir en forma anónima las emociones que cada uno pudo experimentar, invitándolos nuevamente a una escucha, esta vez interior, para reconocer las propias emociones».
Seguidamente se les propone a los chicos que experimenten el arte del vidrio en un taller creativo durante el cual deben realizar una panel por clase, dos por escuela, en donde representen las cuatro estaciones de un árbol, símbolo de las cuatro emociones.
«En este momento, a cada uno se le entrega una formaleta de vidrio trasparente – explica Antonino Casarin – y los chicos tienen que cubrir la superficie encajando y pegando varias piezas que después se cocinan en un horno para vidrio. Invitamos a los chicos a trabajar en equipo, porque se trata de una obra colectiva, de modo que cada uno pueda trabajar de la mejor forma posible, compartiendo las piezas y sus capacidades». Escribe uno de los chicos: «Cuando empezamos a trabajar con las formaletas tenía terror de equivocarme o de no encontrar la pieza que faltaba. Pero cuando nos las devolvieron después de horneadas experimenté una sensación de felicidad».
Los muchachos se entusiasman y trabajan concentrados. Trabajan sin detenerse a pesar de la recreación y en cuanto terminan una formaleta enseguida piden otra y, cuando terminan todas, responden inmediatamente a la invitación a levantarse y ayudar a los compañeros que todavía tienen que concluir. Al terminar de hornear las formaletas nos volvemos a reunir con los chicos para componer el diseño de los árboles: levantamos el panel y estalla un aplauso. Todos coinciden en que logran percibir la belleza del trabajo colectivo que lleva en sí la característica y la diversidad de cada uno y que lo hace único.
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