«Comencé dando una mano – cuenta Annette, focolarina alemana – en el mes de diciembre de 2014. El frío ya llegaba y era urgente conseguir frazadas. Tratando de saber qué era mejor hacer, alguien de RomAmoR ONLUS me propuso: “Más que las frazadas, sería mejor que tú vinieras a darnos una mano para estar con ellos”. La semana siguiente ya estaba en la estación Ostiense. Fue una emoción muy fuerte. Acercándome a esas personas descubría, que, paradójicamente, ¡eran ellos los que me recibían! Me daba cuenta de que no se trataba un grupo social incómodo que era mejor evitar, sino de personas que deseaban relacionarse, capaces de dar ellas mismas calor humano. Después de un poco de tiempo llegaron los voluntarios con la cena caliente y la estación dejó de ser un lugar anónimo, frío y gris, y se convirtió en un lugar cálido». Desde ese lunes la vida de Annette cambió. Las primeras noches no lograba dormirse pensando en Giovanni, Stefan, Mohamed que no tenían una cama caliente como la suya. Comenzó a revisar su armario, viendo si había todavía algo para compartir, a pesar de que en el focolar se trata de vivir con solo lo necesario. Pero sobre todo continuó yendo a la estación todos los lunes. Una noche, consultando el cuaderno donde se anotan las necesidades de los sin techo, vio que necesitaban zapatos de hombre. En la casa no tenía. Pero se acordó de la experiencia de Chiara Lubich durante la guerra que le pedía a Jesús, presente en los pobres que precisaban algo. «Así hice también yo y en el plazo de dos semanas – cuenta Annette- ¡me llegaron 10 pares!»
Aprender y crecer para superar los límites
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