Movimiento de los Focolares

Familias: abrirse a las adopciones

Oct 25, 2014

“Estábamos tan felices que hubiéramos querido gritarlo al mundo entero”: el testimonio de una familia italiana que elige el difícil camino de la adopción, renunciando a la reproducción asistida.

20141025-01«Cuando nos casamos teníamos muchos proyectos, y entre ellos el mayor deseo era el de tener un hijo. Fue una gran desilusión descubrir la presencia de problemas que impedían la concepción. Yo no lograba aceptarlo, más aún estaba convencida de que hubiéramos encontrado pronto una solución con la ayuda de la medicina, que nos daba muchas esperanzas. Tenía 22 años, por tanto no nos propusieron en seguida acudir a las técnicas de fecundación in vitro (FIVET), sino que nos sugirieron aplicar inicialmente tratamientos menos invasivos. En ese periodo, mientras esperaba que sucediera algo, busqué el apoyo y el consejo de un sacerdote de mi parroquia quien me ayudó a considerar el verdadero valor de la vida, un don precioso que Dios quiso confiar a la responsabilidad del ser humano. El sufrimiento que yo experimentaba era debido a mi deseo ardiente de maternidad que quería realizar lo más pronto. Dentro de mí había un conflicto con respecto al camino a elegir. Por un lado estaba la opinión de algunos médicos quienes proponían la FIVET como la solución correcta. El otro camino nos llevaba a confiar en Dios. Así, con mucha dificultad, tomamos la decisión de detenernos y no hacer nada más. De hecho consideramos che la fecundación homóloga desmiente algunos aspectos importantes de la verdad del ser humano. Nosotros creemos que la vida es un don de Dios y no un “producto” que hay que armar en un laboratorio, sin la donación de amor entre los esposos. En efecto, con esta técnica, el hijo no es concebido en su carne, sino en una probeta. Siempre había considerado la adopción como una experiencia bellísima, un gran acto de amor, pero mi fuerte deseo de vivir el embarazo me llevaba a no tomar en cuenta esta opción. El sufrimiento me abrió los ojos para ver más allá y entender que, como dice S. Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, “la vida conyugal no pierde su valor sino que es posible ser fecundos más allá de la capacidad procreativa, se puede realizar la paternidad y la maternidad de manera espléndida en muchas formas de relaciones, de solidaridad hacia los más necesitados”.   Así nació en mí la idea de adoptar un niño y cuando la compartí con mi marido y él la acogió, realmente en ese momento acabábamos de “concebir” de forma afectiva al hijo que Dios quería donarnos. En el otoño de 2004 presentamos al Tribunal para los menores nuestra declaración de disponibilidad a la adopción nacional e internacional. Empezó la espera, nuestro bebé todavía no había nacido, pero ya estaba en nuestro corazón, en nuestros pensamientos. Todavía no existía, pero ya pedíamos por él.   Samuel nació en Vietnam y el 19 de abril de 2007, la asociación a la que nos dirigimos, nos comunicó que nos había sido asignado un niño. Fue el inicio de una gran emoción que no es fácil de describir. En seguida compartimos esta alegría con familiares y amigos; estábamos tan felices que hubiéramos querido gritarlo al mundo entero. Teníamos sólo una foto de él, que para nosotros padres adoptivos es como tener la primera ecografía, en la cual ves a tu hijo pero todavía no puedes abrazarlo. Después de haber realizado un viaje dentro de nuestras mismas emociones, nos tocaba ahora afrontar el viaje real, abordar un avión que nos llevaría del otro lado del mundo para ir donde nuestro hijo. El 29 de mayo de 2007 lo abrazamos por primera vez, fue una alegría incontenible. Ese día lo recordamos cada año como un segundo cumpleaños porque Dios bendijo a nuestra familia con el don de Samuel. Queremos agradecer al Señor por todos los dones que nos hizo: Dorotea, adoptada en 2012, y Miguel, que acogimos en adopción temporal». (G. y G. – Italia)

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