Me llamo Vijaya Bhatia, soy hindú y adhiero al espíritu del Movimiento de los Focolares desde 1988. El contacto con Chiara Lubich me ha ayudado a entender mejor mi religión. Me ha hecho más generosa a la hora de compartir pensamientos, bienes materiales y todo lo que tengo, pero para mi sorpresa cuando doy algo me regresa el céntuplo. Lo he experimentado muchas veces. Como cuando le di a una señora dos de mis vestidos nuevos y al día siguiente recibí tres trajes de parte de mis parientes. >En el 2005 mi casa quedó sumergida debido a las fuertes lluvias. Regresando, no sabía qué hacer: ¡no tenía suficiente dinero para comprar una casa nueva! Algunas cuadras más adelante estaba la casa de mi prima, que tuvo algunos daños, pero menos graves. Pensé: no puedo hacer nada por mi casa, pero al menos le puedo ayudar a ella. De este modo llamé a un par de parientes para invitarlos a contribuir: recogimos 50 rupias. Ella no lo podía creer… y tampoco yo: después de pocos días recibí a través de una fuente desconocida ¡el doble del dinero necesario para mi casa! strong>Una noche, durante la estación invernal, estaba en mi cama caliente, cuando me di cuenta de que había muchos trabajadores ocasionales que dormían en la calle al frío. No logré dormir. Pensé en la regla de oro: ‘Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti’. Al día siguiente fui a comprar cobijas para esas personas. Elegí las más suaves y mejores, en lugar de las duras que cuestan poco. Después vi que había muchos niños y muchachos. Fui al negocio donde se abastecían y le pregunté al vendedor si habían comprado leche. El vendedor me dijo que habían comprado leche sólo para los más pequeños, pero no para los más grandes. Le di dinero al propietario para que pudiera dar leche a todos. Esto sigue desde hace tres años.
Un día me llegó una paciente, una mujer hindú que tenía una depresión, con presión alta, insomnio, hinchazón, etc. Escuchando su historia entendí que sus problemas habían empezado el día en que su hija se había casado con un joven musulmán. Desde entonces la rechazaba. Entendía el sufrimiento de la mujer. Cuando era pequeña lo perdí todo después de la división entre India y Paquistán. Tuvimos que dejar nuestra casa en Paquistán y venir a India. Pero yo, con el tiempo entendí que no podíamos seguir alimentando el odio experimentado en el pasado. Por lo tanto le expliqué a la señora que desde que ella había sembrado el odio en su alma, el resultado había sido un árbol de odio, que era la causa principal de sus problemas. Y que si realmente se quería curar, tenía que perdonar y sembrar la semilla del amor en su corazón. Creí que había entendido, y le prescribí una medicina. Cuando regresó seguía con todos sus problemas y entendí que no había hecho nada. Entonces pensé en hacer su parte: tomé el teléfono, la hice hablar con su hija, para invitarla –a ella y su marido- a una cena en su casa ese mismo día. Después de dos meses, habiendo mejorado la relación con su hija y su yerno, mejoraron también sus condiciones de salud. Un día tuve la alegría de verlos a todos juntos en mi clínica: era como ver la pieza viva de un mosaico de la ‘fraternidad universal’. Testimonio contado durante el 4° Simposio Hindú-Cristiano, Mumabi – 10/14 de diciembre de 2011.
Escuchar la voz del corazón
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