«Lamentablemente siguen llegando noticias dramáticas desde Siria y desde Iraq, relacionadas con la violencia, los secuestros de personas y abusos hacia los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a todos los que están sufriendo estas situaciones que no los olvidamos, sino que les estamos cerca y rezamos con insistencia para que lo más pronto posible termine la intolerable brutalidad de la que son víctimas». Así dijo el papa Francisco en su último afligido llamado, en la audiencia del domingo 1º de marzo. La multitud que colmaba la Plaza S. Pedro se recogió en profunda oración durante un minuto, recordando a estos dos dos martirizados países de Medio Oriente.
Desde Siria nos escriben: «Muchos ya se han resignado ante la idea de que la guerra es un hecho y que dejó de ser noticia el centenar de personas que mueren cada día. La gente está en el límite de sus fuerzas y el invierno es frío y largo. No hay gasoil, ni electricidad, ni agua. Los disparos de mortero continúan sembrando muerte en las grandes ciudades, mientras que las batallas se perpetran en las periferias y en los pueblos. La economía está por los suelos y muchas familias han perdido el trabajo. La salida legal del país está casi cerrada. Un obispo sirio dijo que nuestro pueblo ha sido humillado y herido en su dignidad»
</aLas comunidades de los Focolares en Siria, a pesar de todo el mal que se expande, siguen creyendo «que aquí puede existir un futuro mejor. Continúan encontrando la fuerza en la vida del Evangelio, incluso con testimonios muy valientes». Saben que no están solos, sino que forman parte de una gran familia exparcida en el mundo, que reza por ellos y trabaja por la paz. «Sin embargo, el cansancio, luego de 4 años de guerra, y la perspectiva de un futuro oscuro para el país, pesa mucho. Y son tantos los que tratan de emigrar para terminar con esta situación infernal».
En este contexto, el 23 de febrero pasado, los focolarinos volvieron a Aleppo. Escriben: «Después de 3 meses de ausencia, volvimos a constituir nuestro focolar en Aleppo, con Sami nuestro focolarino casado que vive en el litoral con su familia. Él también lo constituye y viene a quedarse con nosotros una vez al mes. Estar aquí es un desafío, porque somos conscientes de que sólo Jesús presente en medio nuestro, por el amor recíproco, es fuente de esperanza y de alivio para la comunidad y para la gente que nos rodea».
«Durante nuestro viaje hacia Aleppo –concluyen- nos quedamos una semana en Damasco, en la casa de las focolarinas, que sostuvieron la comunidad en nuestra ausencia; y otra semana en la comunidad de Kfarbo en el centro del país. Existe una gran alegría por nuestro regreso: ¡ahora la familia está completa! Estamos todos muy agradecidos por las oraciones de todos los que en el mundo nos sostienen en esta dura prueba».
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