Durante los meses de julio y agosto, en muchos países del hemisferio norte, se desarrollaron las Mariápolis, cita anual característica del Movimiento de los Focolares. Durante algunos días, adultos, jóvenes y niños, personas de las más diversas procedencias, se encuentran con el fin de vivir una experiencia de fraternidad, a la luz de los valores universales del Evangelio. En algunos países, usan como guía la “regla de oro” que invita a hacer a los otros lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros.
Es el caso de Argelia, que vivió la propia Mariápolis del 4 al 6 de julio en el “Centro Ulisse”, en Tlemcen, con el original y comprometedor título: “El otro soy yo”.
Los organizadores de la Mariápolis planificaron un encuentro de sólo tres días, debido a la proximidad de la fecha con el Ramadán –que exige una cuidadosa preparación-, considerando que gran parte de la comunidad del Movimiento en Argelia es de religión musulmana.
A pesar de su brevedad, los tres días se vivieron con mucha intensidad, de modo que se pudo profundizar en el descubrimientodel amor al hermano, según la espiritualidad de la unidad y también según el Corán.
Ocurre cada vez más, que las personas que ya asistieron a mariápolis anteriores, deseen que esta vida la conozcan sus amigos y parientes. Por eso, este año hubo que rechazar algunas inscripciones por falta de espacio. Participaron 140 personas, casi todos musulmanes, provenientes de distintos lugares de Argelia, incluida la zona del Sahara. Muchas familias y numerosos jóvenes. La contribución de estos últimos fue de gran relevancia desde la preparación, demostrando su adhesión a este ideal de fraternidad.
También los chicos y niños presentes pudieron hacer la experiencia de lo que significa amar al prójimo: “He comprendido todo el bien que se logra cuando se ama al hermano”, “Me sentí siempre amada”, decían dos de ellos.
Para algunas familias ésta era su primera Mariápolis. Estaban asombrados por este gran ideal de fraternidad: “En estos días me parecía que estaba tocando a Dios con la mano”, comentaba una participante. “Descubrí cómo amar a Dios sin complicarse la vida”; “Encontré una gran serenidad”, “Ustedes son mi segunda familia”… Muchas expresiones que manifiestan la sed de una vida fraterna tan necesaria para calmar las tensiones, especialmente en este período.
Fue este amor concreto al hermano lo que contribuyó a la formación de una comunidad en este país, en la cual el amor y el respeto prevalecen por encima de las diferencias de cultura, tradiciones y religión.
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