Los focolarinos. Una vida por la unidad

Los focolarinos le han dado el nombre al Movimiento de los Focolares. Viven en pequeñas comunidades de laicos, los Focolares: corazón de todas las realidades que componen el Movimiento y se comprometen a mantener vivo el ‘fuego’ del cual deriva el nombre focolar.

Son hombres y mujeres que trabajan y ponen en común sus bienes. Han sido atraídos por Dios y le han dado su vida a El, convencidos firmemente de Su amor. Han dejado padre, madre, familia, patria para contribuir a realizar la oración de Jesús: “Que todos sean uno”(Jn 17:21).

Se pueden encontrar en las Naciones Unidas o junto a los enfermos y a los pobres en la periferia de las ciudades, en las fábricas o en territorios de “frontera”, en los rascacielos o en las chabolas, en las aldeas o en las capitales. Quieren hacer presente la presencia de Jesús según las palabras de la Escritura: “Donde dos o más están unidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos”(Mt 18:20). Esta experiencia de unidad con Dios es la fuerza que los lleva a construir puentes de paz, a encender luces de esperanza en la oscuridad, a responder con el amor a la violencia. Cada fractura, cada división, les atrae como un imán porque allí la unidad es más urgente y necesaria y por ella hay que darlo todo.

En el mundo los focolarinos y las focolarinas de distintas nacionalidades, razas y también credos son en total 7.160, en 742 focolares, presentes en 83 países.

Hace pensar en ellos el escrito de Chiara Lubich: “…el gran atractivo del tiempo moderno: sumirse en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos… Diría más aún, perderse en la muchedumbre para informarla de lo divino… Hechos partícipes de los designios de Dios sobre la humanidad, trazar sobre la multitud una estela de luz y, al mismo tiempo, compartir con cada prójimo la deshonra, el hambre, las adversidades, las breves alegrías”.

Algunos focolarinos son ordenados sacerdotes al servicio del Movimiento.

Este fuego ha contagiado también a personas casadas, fieles a su estado de vida y al mismo tiempo miembros del focolar por la elección radical de vivir el Evangelio. El primero de los focolarinos casados fue Igino Giordani. Cuando ambos esposos comparten esta vida se crea la familia focolar: matrimonios que están dispuestos a trasladarse a otras partes de mundo, según su situación familiar, donde su presencia pueda dar una aportación importante a la unidad.

La vida de los focolarinos es comprometida, no exenta de dificultades o fracasos que ellos ven como materia prima para decirle a Dios que, en este compromiso por la unidad, Él es todo y ellos son nada, pero que con Él todo es posible.

Todo empezó con Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares, quien definió el focolar como “…imagen de la familia de Nazaret, una convivencia, en medio del mundo, de personas vírgenes y casadas, todas donadas a Dios, si bien en formas diferentes”.