El Evangelista Marcos -como también Mateo y Lucas- nos refieren que Jesús un día llamó aparte a Pedro, Santiago y Juan y los condujo a un monte alto. En determinado momento, se produjo allí un hecho extraordinario: Jesús se transfiguró delante de ellos, sus ropas se volvieron blanquísimas y se vio a Moisés y Elías que conversaban con él. Una nube envolvió a los tres apóstoles y desde la nube se oyó una voz, la voz del Padre celestial, que justamente se dirigía a ellos con estas palabras:

«Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo».

Ya al comienzo de su misión, durante el bautismo en el Jordán, se había hecho oír esa misma voz misteriosa: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
En esta ocasión el Padre se dirige a los discípulos de Jesús, y a todos nosotros, para invitarnos a escuchar al Hijo. La palabra clave de este mes es, entonces: escuchar.
Pero, ¿cuándo habló el Hijo? ¿Dónde encontramos su Palabra? En los Evangelios. Abrámoslos y leámoslos con amor. El Evangelio de la Palabra de Jesús.
Pero él también nos habla de otras maneras.
¿Cómo hacer entonces para oír su voz, a distinguirla entre tantas y a sintonizarnos en su longitud de onda?
Hay un momento fuerte en el cual él habla a nuestra alma: es en la oración, y cuanto más tratamos de amar a Dios en nuestro corazón tanto más se hace sentir su voz y nos guía desde lo más profundo de nuestro ser.
Pero también a lo largo del día cada encuentro puede ser una ocasión de escucha: si nos ponemos, ante cada prójimo, en un silencio de amor que acoge al otro, cualquiera que sea, porque -como Jesús nos lo ha revelado- es él mismo el que se oculta detrás de cada ser humano.
¡Cómo cambiarían nuestras relaciones si se cultivara más esta rara cualidad de la escucha, que a veces puede ser la única manera de demostrar nuestra atención hacia el que está a nuestro lado, aún del desconocido!
El secreto, entonces, radica en esto: para disponernos a escuchar la voz de Dios, ponernos a la escucha de la hermana, del hermano.

«Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo».

La voz de Jesús tiene además un timbre claro e inconfundible, habla fuerte y su voz se reconoce distinta, cuando está presente entre nosotros, por el amor recíproco. Su presencia entre dos o más reunidos en su nombre hace las veces de altoparlante de la voz de Dios en nuestro corazón.
Por eso, al estar sintonizados con sus pensamientos, sus enseñanzas, será más fácil escucharlo.

En el Evangelio de Lucas hay además una frase de Jesús sobre la escucha a aquellos que él envía: «El que los escucha a ustedes, me escucha a mí». Se trataba de los 72. Hoy en la Iglesia católica esta frase se refiere a aquellos a los que ha confiado de manera particular su mensaje: sus ministros, por los cuales es anunciada la Palabra.
Pero hay también quienes son «testigos» de Jesús y que, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica de la manera más radical, la hacen resonar siempre de nuevo en el mundo y abren los corazones a la escucha.
Por eso, aunque la voz es una sola, son muchos los modos con los cuales se dirige a nosotros: en lo íntimo del corazón y por boca de los hermanos y de las hermanas, desde el púlpito de una iglesia, desde páginas de su Evangelio o en los carismas de los «testigos».
La Palabra de este mes nos ayudará a escuchar -y a vivir- lo que Jesús quiera decirnos.

Chiara Lubich

 

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