Esta frase, que ciertamente conocerás, se encuentra al final de la parábola denominada del hijo pródigo y quiere manifestar la grandeza de la misericordia de Dios. Cierra todo un capítulo del Evangelio de Lucas, en el que Jesús narra otras dos parábolas para ilustrar el mismo argumento. ¿Recuerdas el episodio de la oveja descarriada y que el dueño, para encontrarla, deja a las otras noventa y nueve en el campo? (Lc 15, 4-7). ¿Recuerdas el relato de la dracma perdida y de la alegría de esa mujer que, al encontrarla, llama a las amigas y las vecinas para que se alegren con ella? (Lc 15, 8-10).

«Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

Estas palabras son una invitación que Dios te dirige a tí, y a todos los cristianos, a gozar junto con él, festejar y participar de su alegría por el regreso del hombre pecador, antes perdido, que ha vuelto a encontrar. Además, en la parábola, el padre dirige estas palabras al hijo mayor, que había compartido su vida pero que, después de un día de duro trabajo, se niega a entrar a la casa donde se festeja el regreso de su hermano. El padre sale al encuentro del hijo fiel, como salió al encuentro del hijo perdido, y trata de convencerlo. Pero es evidente el contraste entre los sentimientos del padre y los del hijo mayor: el padre, con su amor sin medida y su gran alegría, que querría que todos compartieran; el hijo lleno de desprecio y de celos por su hermano que ya no reconoce como tal. Al referirse a él dice, en efecto: «Ese hijo tuyo, que ha gastado tus bienes» (Lc 15, 30). El amor y la alegría del padre por el hijo que ha vuelto ponen más en evidencia el rencor del otro, rencor que revela una relación fría y, hasta se podría decir, falsa, con el mismo padre. A este hijo le interesa el trabajo, el cumplimiento de su deber, pero no ama al padre como hijo. Más bien se diría que le obedece como a un patrón.

«Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

Con estas palabras denuncia un peligro en el cual tú también podrías incurrir: una vida vivida para ser una buena persona, basada en la búsqueda de tu perfección, juzgando a tus hermanos como menos meritorios que tú. En efecto, si estás «apegado» a la perfección, te construyes a ti mismo, estás lleno de ti mismo, estás lleno de admiración por ti mismo, haces como el hijo que se quedó en casa, que le enumera al padre todos sus méritos: «Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás una sola de tus órdenes» (Lc 15, 29).

«Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

Con estas palabras Jesús muestra su oposición a esa actitud que basa la relación con Dios sólo en la observancia de los mandamientos. Eso sólo no basta, y de ello es también muy consciente la tradición hebraica. En esta parábola Jesús resalta el Amor divino haciendo ver cómo Dios, que es Amor, da el primer paso hacia el hombre sin tener en cuenta si lo merece o no, sino porque quiere que el hombre se abra a él para poder establecer una auténtica comunión de vida. Naturalmente, como comprenderás, el mayor obstáculo a Dios-Amor es precisamente la vida de los que acumulan acciones, obras, cuando Dios, en cambio, querría su corazón.

«Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

Con estas palabras Jesús te invita a tener, frente al pecador, el mismo amor sin límite que el Padre tiene por ti. Jesús te invita a no juzgar con tu medida el amor que el Padre tiene por cualquier persona. Al invitar al hijo mayor a compartir su alegría por el hijo recuperado, el Padre te pide también a ti un cambio de mentalidad: prácticamente tienes que recibir como hermanos y hermanas también a aquellos hombres y mujeres que en ti despiertan solamente sentimientos de desprecio y de superioridad. Esto provocará en ti una verdadera conversión, porque te purifica de la convicción de ser más meritorio, te hace evitar la intolerancia religiosa y te hace recibir la salvación, que Jesús te ha procurado, solamente como un don del amor de Dios.

Chiara Lubich

 

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