Estas palabras, dirigidas por San Pablo a la comunidad de Colosas, nos hablan de que existe un mundo en el cual reina el amor verdadero, la comunión plena, la justicia, la paz, la santidad, la alegría; un mundo en el cual el pecado y la corrupción ya no pueden entrar; un mundo donde la voluntad del Padre es perfectamente realizada. Es ese mundo al que pertenece Jesús. Es el mundo que él nos abrió a nosotros con su resurrección, pasando a través de la dura prueba de la pasión. Nosotros no sólo estamos llamados a este mundo de Cristo, sino que ya pertenecemos a él por el bautismo.
Pero Pablo sabe que, a pesar de la condición de bautizados y por lo tanto de resucitados con Jesús, nuestra presencia actual en el mundo nos expone a mil peligros, tentaciones y, sobre todo, a esos «apegos» en los que necesariamente se cae si no se tiene el corazón en Dios y en sus enseñanzas. Apegos que pueden referirse a las cosas, a las criaturas, a sí mismos: las propias ideas, la salud, el propio tiempo, el descanso, el estudio, el trabajo, los parientes, los propios consuelos o satisfacciones… Cosas todas que no son Dios y por lo tanto no pueden ocupar el primer lugar en nuestro corazón. Por eso es que Pablo nos exhorta:

«Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, (…). Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra».

Pero, ¿que son los «bienes del cielo»? Son esos valores que Jesús trajo a la tierra y por los cuales se distingue a sus seguidores. Son el amor, la concordia, la paz, el perdón, la rectitud, la pureza, la honestidad, la justicia, etc.
Son esas virtudes y riquezas que ofrece el Evangelio. Con ellas y por ellas los cristianos se mantienen en su realidad de resucitados con Cristo. Por ellas pueden ser inmunizados de las influencias del mundo, de la concupiscencia de la carne, del demonio.
¿Pero qué significa concretamente «buscar las cosas del cielo» en la vida cotidiana? Además, ¿cómo se hace para mantener el corazón en el cielo, viviendo en medio del mundo?
Dejándonos guiar por el modo de pensar y de sentir de Jesús cuya mirada interior estaba siempre dirigida hacia el Padre y cuya vida reflejaba en cada instante la ley del cielo, que es ley de amor.

«Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, (…). Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra».

Una forma práctica de vivir esta Palabra, en este mes que celebramos Pascua, será el poner como motivo de las distintas acciones de la jornada ese arte de amar que las vuelve preciosas y fecundas. Por ejemplo, con los que tenemos al lado nuestro, tratando de por ellos lo que quisiéramos que hicieran por nosotros y de «hacernos uno» con ellos, haciéndonos cargo de los dolores y de las alegrías de todos.
No esperar a que sean los otros los que den el primer paso hacia nosotros cuando está en juego la concordia de la familia y la armonía en el ambiente donde vivimos. Comenzar nosotros.
Y dado que todo esto no es humanamente fácil y que, incluso, a veces parece imposible, será necesario apuntar alto con la mirada y pedirle al Resucitado esa ayuda que él no puede hacernos faltar.
Así, mirando a «las cosas del cielo» para vivirlas en la tierra, podremos llevar el reino de los cielos a ese ámbito, pequeño o grande, que el Señor nos ha confiado.

Chiara Lubich

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