Muchas veces Israel, en su historia jalonada de largos exilios, hacía la experiencia de una impotencia radical ante acontecimientos que ninguna fuerza humana hubiera podido cambiar. Entonces aprendía la humildad, es decir, una actitud de dependencia total y de confianza plena en Dios. Por eso, precisamente en su condición de pueblo humilde y pobre, una y otra vez Israel encontraba refugio y escucha sólo en aquél que había establecido con él una alianza eterna.
Luego, en la perspectiva mesiánica, el esperado es un rey humilde que entra en Sión montado en un asno, porque el Dios de Israel es sobre todo el «Dios de los humildes».
Dado que en Jesús han llegado a cumplimiento todas las expectativas, será entonces de su vida y de sus enseñanzas de donde podremos aprender la verdadera humildad, la que hace que nuestra oración sea aceptada con agrado por el Señor.

«La súplica del humilde atraviesa las nubes».

Toda la vida de Jesús es una lección de humildad. De ser Dios, primero pasó a hacerse hombre en el seno de la virgen María, luego pan, en la eucaristía y, finalmente, «nada» sobre la cruz.
Había dicho: «Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón» (Mt 11, 29) y luego, con el lavatorio de los pies, aun siendo el Maestro se había inclinado a hacer el más humilde de los servicios. Había propuesto como modelo a los pequeños y había entrado en Jerusalén llevado por un asno. Al final se dejó crucificar, anonadándose en cuerpo y alma, para obtenernos el paraíso.
¿Por qué todo esto? ¿Qué es lo que impulsaba al Hijo de Dios?
Jesús no hacía otra cosa que revelarnos su relación con el Padre, el modo de amar de la Trinidad, que es un recíproco «hacerse nada» por amor, un eterno donarse el uno al otro.
El, entonces, vuelca sobre la humanidad este amor trinitario que alcanza su punto culminante precisamente en el acto de entregarse completamente en su pasión y muerte.
Dios muestra así su potencia en la debilidad. El suyo es un amor que sostiene al mundo, precisamente porque se ubica en el último lugar, en el escalón más bajo de la creación.

«La súplica del humilde atraviesa las nubes».

Por consiguiente es verdaderamente humilde quien, a ejemplo de Jesús, sabe hacerse nada por amor a los demás, quien se pone delante de Dios en una actitud de disponibilidad total para lo que él quiera, quien está tan vacío de sí mismo que se deja vivir por Jesús.
Su oración, por eso mismo, será escuchada, porque cuando pronuncia la palabra Abba-Padre, ya no es él quien ora; es una oración que obtiene lo que pide porque es puesta en los labios por el Espíritu Santo.
El punto culminante de la vida de Jesús fue cuando «él dirigió, durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (Heb 5, 7-8), es decir, por su oración inspirada en la obediencia total a la voluntad del Padre, a su pleno abandono en él.
Esta es, entonces, la oración que atraviesa las nubes y llega al corazón de Dios, la de un hijo que se levanta de su miseria para echarse con confianza en los brazos del Padre.

Chiara Lubich

 

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