Estas palabras de Jesús son tan importantes, que el Evangelio de Mateo las cita dos veces (Mt 13, 12; 25, 29). Ellas muestran claramente que la economía de Dios no es como la nuestra. Sus cálculos son siempre distintos de los nuestros, como, por ejemplo, cuando paga lo mismo al obrero de la última hora que al de la primera (Cf Mt 20, 1-16).
Estas palabras Jesús las dijo respondiendo a los discípulos que le preguntaban por qué a ellos les hablaba abiertamente, mientras que a los otros se dirigía con parábolas, de manera velada. A sus discípulos Jesús les daba la plenitud de la verdad, la luz, precisamente porque lo seguían, porque para ellos él era todo. A ellos, que le habían abierto el corazón, que estaban plenamente dispuestos a darle acogida, que ya tenían a Jesús, a ellos Jesús se da en plenitud.
Para comprender esta manera de actuar suya, puede resultar útil recordar otra Palabra semejante, que cita el Evangelio de Lucas: “Den y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (Lc 6, 38). En las dos frases, según la lógica de Jesús, tener (al que tiene se le dará) equivale a dar (a quien da, será dado).
Estoy segura de que también tú has experimentado esta verdad evangélica. Cuando ayudaste a una persona enferma, cuando consolaste a alguien que estaba triste, cuando estuviste al lado de quien se encontraba solo, ¿no te ha sucedido a veces probar una alegría y una paz que no sabías de dónde venían? Es la lógica del amor. Cuanto más uno se dona, tanto más se enriquece.
Entonces, la Palabra de este mes, la podríamos leer así: a quien tiene amor, a quien vive en el amor, Dios le da la capacidad de amar más todavía, le da la plenitud del amor hasta hacerlo ser como él, que es Amor.

«A quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.»

Sí, es el amor el que nos hace ser. Nosotros existimos porque amamos. Si no amáramos, o cada vez que no amamos, no somos, no existimos (“se le quitará aún lo que tiene”).
Entonces, no nos queda otra cosa que amar, sin ahorrarnos nada. Sólo así Dios se dará a nosotros y con él llegará la plenitud de sus dones.
Demos concretamente a quien está a nuestro alrededor, seguros de que dándole a él le damos a Dios; demos siempre; demos una sonrisa, un acto de comprensión, un perdón, una escucha; demos nuestra inteligencia, nuestra disponibilidad; demos nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras ideas, nuestra actividad; demos la experiencia, las capacidades, los bienes para compartir con los demás, de manera que nada se acumule y todo circule. Nuestro dar abre las manos de Dios que, en su providencia, nos llena con sobreabundancia para poder dar más todavía, y mucho, y volver a recibir, y poder así ir al encuentro de las inmensas necesidades de muchos.

«A quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.»

El don más grande que Jesús quiere hacernos es él mismo, que quiere estar siempre presente en medio de nosotros: esta es la plenitud de la vida, la abundancia de la cual quiere colmarnos. Jesús se da a sus discípulos cuando lo siguen unidos. Por lo tanto, esta Palabra de vida nos recuerda también la dimensión comunitaria de nuestra espiritualidad. Podemos leerla de esta manera: a los que tienen el amor recíproco, a los que viven la unidad, se le dará la presencia misma de Jesús en medio de ellos.
Y se le dará más todavía. A quien tiene, a quien ha vivido en el amor y de esta manera se habrá ganado el céntuplo en esta vida, también se le dará, por añadidura, el premio: el Paraíso. Y en abundancia.
En cambio el que no tiene, el que no tendrá el céntuplo porque no ha vivido en el amor, tampoco gozará en el futuro del bien y de los bienes (parientes, cosas) que tuvo en la tierra, porque en el infierno no habrá más que pena.
Amemos, entonces. Amemos a todos. Amemos a tal punto que también el otro ame a su vez, y el amor sea recíproco: tendremos la plenitud de la vida.

Chiara Lubich

 

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