Hoy es la fiesta de santa Clara de Asís 2002, que como una tradición siempre hemos celebrado en nuestro Movimiento, desde sus comienzos, y no solamente en el Centro sino en todas partes del mundo donde está difundido.
También hoy – como cada año – recordamos a santa Clara y confrontamos algún aspecto particular de su camino hacia Dios con el nuestro.

Mirar a Jesús como a un espejo para imitarlo

Hay un concepto de la santa que todavía no hemos puesto de relieve y que podríamos expresar así: “El espejo, los espejos”.
Es la imagen del espejo que se refiere exactamente a lo que dice san Pablo en su carta a los Corintios: “Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Cor.3,18).

En las cartas a Inés de Praga, que forman parte de los escritos que hablan de su exigencia de fidelidad radical al Evangelio, Clara invita a las hermanas a mirar a Jesús como a un espejo: un espejo que en su humanidad refleja la divinidad.
“Pon tus ojos – escribe – delante del espejo de la eternidad (Jesús); y transfórmate totalmente (…) en la imagen de Su divinidad” (FF 2888).
“Y ya que esta imagen Suya es (…) espejo sin mancha, cada día refleja tu alma (…) en este espejo y escruta continuamente tu rostro en él para que puedas adornarte (…) con todas las virtudes, como es conveniente para ti, hija y esposa amadísima del sagrado Rey” (FF 2902).

Santa Clara entonces le pide a Inés que mire al Esposo, pero que también lo imite repitiendo las mismas elecciones, los mismos actos, los mismos gestos.

“Si con Él sufres – continúa – con Él reinarás; si con Él lloras, con Él gozarás; si junto a Él mueres sobre la cruz de las tribulaciones, poseerás por toda la eternidad y por todos los siglos la gloria del reino celestial (…); participarás de los bienes eternos, (…) y vivirás por todos los siglos” (FF 2880).

Imitándolo, Inés se transforma en el Jesús del espejo. Y entonces, siéndolo, puede, a su vez, ser espejo para las hermanas.

Una cadena ininterrumpida de espejos de Jesús en el mundo: el Movimiento franciscano

De este modo se crea – como ella misma dice – una cadena ininterrumpida de espejos de Jesús en el mundo.
Jesús es el espejo de Francisco.
Jesús y Francisco son los espejos en los que se refleja Clara.
Jesús, Francisco y Clara son los espejos de Inés.
Jesús, Francisco, Clara e Inés son los espejos para las primeras hermanas, que, a su vez, se vuelven espejos para las futuras.
Las futuras hermanas, mirando a las primeras, se convierten en espejos para los que viven en el mundo.
Los que viven en el mundo se transforman en espejos de Jesús para todos.

De este modo, reflejando perfectamente a Cristo, Francisco y Clara, los primeros frailes y las primeras hermanas dieron origen al Movimiento franciscano: una de esas realidades eclesiales que, en distintas épocas, vivifican el radicalismo del Evangelio en la Iglesia para hacerla renacer, para renovarla y reformarla.

Las exigencias del carisma de la Unidad: vivir la unidad para vivir Jesús

Nosotros también, aun siendo pequeños e indignos, recibimos una tarea semejante: hacer nacer, desarrollar, difundir en el mundo una realidad carismática, y también nos tocó y nos toca la obligación de vivir y hacer vivir íntegra, radicalmente el Evangelio, mirando a Jesús como en un espejo.
En los primeros escritos que conservamos, referentes a los comienzos del Ideal, encontramos esta afirmación: “Nosotros debemos ser otro Jesús”.
Es decir, nos piden que nos reflejemos en Él.
Con esta finalidad, así como a san Francisco y a santa Clara el Espíritu Santo les dio un carisma, el de la Pobreza, a nosotros nos fue dado el carisma de la Unidad.
Es justamente por medio de la unidad como podemos ser otro Jesús, ser Jesús. Recuerden la definición de la unidad en una carta del lejano año 47: “�Oh la unidad, la unidad! �Qué belleza divina! �No tenemos palabras para describirla: es Jesús!”
Sí, es Jesús. Empezábamos a comprender que, amándonos mutuamente, realizaríamos la unidad y Jesús estaría en medio de nosotros… y en cada uno de nosotros.
Vivir la unidad, entonces, era y es sinónimo de vivir a Jesús. Y de ese modo todo el Evangelio.

La unidad: alma y meta del Evangelio

Un día, una luz en nuestro camino, pequeña pero significativa, nos aclaró esta novedad.
Las Palabras del Evangelio se nos presentaron como plantitas recién nacidas, esparcidas en un vasto terreno, y comprendimos que cada una hundía su raíz y se vivificaba en el Testamento de Jesús, en la unidad, que estaba debajo de la superficie.
Fue una visión plástica de cómo se debe considerar el Testamento de Jesús y su relación con las demás Palabras del Evangelio, y cómo vivir una (la unidad) y otras.
Habíamos comprendido mejor que la unidad no es una virtud particular (de hecho no se la nombra entre las virtudes); no es solamente la palabra de Jesús más excelsa, ni siquiera sólo el tema fundamental de su Testamento.
La unidad es el alma de todo el Evangelio, de toda la Escritura. Es la meta a la cual tiende el Evangelio. Y ya que es efecto de la caridad, se puede decir también que es el resumen, la esencia del Evangelio.

Por eso comprendimos que era necesario vivir todas las palabras de la Escritura en función de la unidad.
Sí, porque evangélicamente no es exacto vivir la pobreza por la pobreza en sí, sino por la caridad que lleva a la unidad, ni la obediencia por la obediencia, etc., sino todo en función de la unidad. De la misma manera sucede con cada bienaventuranza, con los 10 mandamientos y con lo que pide el Antiguo Testamento, que Jesús vino a completar y no a abolir.

Y ahora se comprende por qué el Espíritu nos impulsó a poner en práctica cada mes una Palabra diferente, para poder, con el tiempo, vivirlas todas. Ellas despliegan la unidad como en un abanico. Y podemos reflejarnos en ellas para ser Jesús, otro Jesús. Y de este modo volvernos espejos Suyos para otros.
Pero hoy podemos preguntarnos: nosotros �somos de algún modo espejo de Jesús? �Lo somos para los demás?

Reflejarnos en el Evangelio para ser espejo de Jesús

A propósito de esto quisiera recordar un sueño que teníamos en los primeros tiempos.
Decíamos:
“Si por una hipótesis absurda todos los Evangelios de la tierra se destruyesen, nosotros quisiéramos vivir de tal modo que los demás, considerando nuestra conducta, viendo en nosotros, de alguna manera, a Jesús, pudieran volver a escribir el Evangelio: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt 19,19), ‘Den y se les dará’ (Lc 6,38), ‘No juzguen…’ (Mt 7,1), ‘Amen a sus enemigos…’ (Mt 5,44), ‘Ámense mutuamente…’(cf Jn 15,12), ‘Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos (Mt 18,20)”.

En estos últimos tiempos nos hemos dado cuenta, con reconocimiento hacia Dios, de que si bien no hemos llegado a esa meta, estamos encaminados.
Pude constatarlo hacia fines de mayo, colaborando en la composición de las llamadas “Florecillas”, el libro que nos encargó la Editorial San Pablo para presentar las experiencias, los pequeños episodios evangélicos de la vida del Movimiento. Ellos revelan el esfuerzo que pusimos para estar en la línea del Evangelio – hoy diríamos para reflejarnos – y también muestran las correspondientes intervenciones del Señor, de acuerdo con sus promesas.

Y ahora, ya que hoy es fiesta, leamos algunas para alabar a Dios y agradecerle a quien, viviéndolas, se reflejó en el Evangelio, en Jesús, y ahora, a través de las “Florecillas”, podrá ser espejo Suyo para muchos.
Mientras tanto, que Jesús haga de nosotros espejos suyos y del Evangelio, para que muchos puedan reflejarse.

Chiara Lubich

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