Mientras doy el paseo cotidiano que me prescribió el médico, trato de ir conociendo la urbanización donde vivo desde hace poco: soy, en efecto, el nuevo obispo del lugar. Algunos días después, tratando de poner en orden la casa episcopal, de modo que exprese del mejor modo a Dios, que es belleza. Encuentro unos candelabros de bronce que no combinan con el resto. Recuerdo entonces un pequeñísimo negocio de compra-venta que descubrí durante mis paseos. Imagino que, dada la difícil situación económica del país, su propietario puede encontrarse en serias dificultades, y veo a Jesús en él. Le pido a la secretaria que haga un paquete con los candelabros y se los entregue a ese señor con una tarjeta que diga: ‘Es un pequeño obsequio del obispo. Si logra venderlos, le pido que dé el dinero a los pobres; pero si usted llegara a necesitarlo, quédese con él’. Por la tarde, inesperadamente, este señor viene a la casa episcopal. Insiste que quiere verme. Cuando lo recibo me dice: ‘Hoy quería suicidarme, pero cuando llegó su secretaria, comprendí que yo todavía le intereso a alguien, y cambié de idea. ¡Mil gracias!”. (Argentina)
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