Al encontrar a Ignacio en Manresa, a Teresa en Ávila, a Juan de la Cruz en Segovia, encontré a gigantes de la santidad que alcanzaron gloriosamente la meta, recorriendo un camino espiritual que conduce individualmente a Dios.

Los episodios extraordinarios de sus vidas, las palabras santas que dijeron, esas divinas que escucharon, los diversos ambientes que los recuerdan y que todavía conservan el perfume del amor ardentísimo a Dios de estas almas elegidas, produjeron en mí un notable, fuerte efecto. Excavaron un deseo insaciable: ir a fondo, desarrollar al máximo nuestra relación personal con Dios. Advertí dentro de mí la urgencia, la necesidad y la belleza de revisar los momentos sagrados que la voluntad de Dios sobre nosotros ha reservado para esta finalidad, y de poner en práctica, con un empeño multiplicado, los momentos de oración durante la jornada. Para nosotros son “el vestido” que nos ponemos, la premisa para poder salir a amar a los hermanos.

Sí: �el vestido! Pero �de qué vestido se trata? Es el vestido de oro de la unión con Dios. Es y debe ser oro, oro, oro. Y puede convertirse en una mina de oro si lo mejoramos amando, por Dios, a los hermanos.

Empecé a vivir así, tratando de perfeccionar, casi de esculpir esos momentos.

�Y cuál fue el primer resultado?

Tal vez porque “A quien tiene le será dado”, cada día que pasa experimento el empuje de hacerlo mejor, cada vez mejor, como si nunca fuera suficiente.

Pero el efecto más fuerte, extraordinario yo diría, de todo este empeño ha sido, paradójicamente, ver con mayor claridad y precisión y sentirme atraída por todas esas palabras de la Escritura, del Nuevo Testamento, que mejor corresponden al aspecto típico, sobre todo comunitario de nuestra espiritualidad y permiten su realización. Por ejemplo: “Que todos sean uno” (cf. Jn 17, 21), y aquí son necesarios los hermanos; “Ámense mutuamente como yo los he amado” (cf.Jn 15,12), y aquí se necesita el hermano; “Ámense profundamente los unos a los otros” (cf 1Ped 4,8), etc. Palabras que se refieren a mí con mis hermanos. Palabras que, si bien las ponemos en práctica después de habernos puesto el vestido que les dije, sin duda deben, de algún modo, por una trama divina, precederlo, para que nuestra vida se realice plena y cristianamente.

�Acaso no es necesario dejar la ofrenda en el altar – una de nuestras prácticas – para reconciliarse con el hermano, si hiciera falta?

Pero esto no es todo. Advertí la atracción, la importancia que tienen para nosotros otras Palabras de la Escritura que alcanzan sin duda, la necesaria, cristiana renuncia, la anulación de sí tan admirada por ejemplo en los santos españoles. Anulación que no es perseguida directamente sino por medio de lo que nosotros llamamos la visibilidad de nuestras acciones para la gloria de Dios. Son por ejemplo: “Ustedes son la luz del mundo (…) debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Glorifiquen al Padre que está en el cielo” , y no a nosotros; otra vez la renuncia a sí mismo, a nosotros.

Sentí también la atracción de otras Palabras que piden que mostremos al mundo no tanto las renuncias que el Evangelio requiere a todos los cristianos, cuanto la riqueza y la belleza de los dones de Dios, que como Padre nos da. Como esa referida al “céntuplo” que el Evangelio promete a quien deja todo (y aquí está la pobreza, el desapego); o la que dice ”Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, �cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! ” (Mt 6,28-30). Siempre y cuando tengamos fe en él, renunciando – y aquí está la anulación – a preocuparnos.

Son aspectos que nos parece que pueden mostrar un rostro nuevo de la Iglesia: el del Resucitado.

Tendremos la oportunidad de seguir profundizando estos aspectos de la vida cristiana. Pero es necesario renacer espiritualmente, viviendo este lema: “Oro más oro = mina de oro”. Es decir, oro, ahondando en la unión con Dios, en la oración; más oro, amando, amando a los demás, amando desde la mañana hasta la noche, amando siempre. Si recogemos amor en la unión con Dios, y recogemos amor amando a los hermanos, nuestro corazón se vuelve una mina de oro, y puede derramar este oro sobre el mundo.

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