De un árbol, admiramos su follaje y sus flores y esperamos sus frutos, pero esa vida al árbol le llega de las raíces. Es lo que sucede también con nosotros. Estamos llamados a dar, a amar, a servir, a crear relaciones de fraternidad, a trabajar para construir un mundo más justo. Pero se necesitan raíces, es decir, vida interior de unión con Dios, nuestra relación personal de amor con él, que motiva y alimenta la vida de comunión fraterna y el compromiso social.
Es igualmente cierto que, el amor al otro, alimenta a su vez el amor a Dios y lo hace más vital y concreto, tal como la luz y el calor, a través de las hojas, fortalecen las raíces. Amor a Dios y amor al prójimo son expresiones de un único amor. También a nosotros Jesús nos repite lo que un día le dijo a sus discípulos, al verlos cansados por su entrega generosa a los demás. La vida interior y la vida externa son una raíz de la otra.
La Palabra de Vida elegida para este mes nos invita, sin embargo, a cultivar de manera especial la vida interior, sobre todo a través del recogimiento, la soledad, el silencio, para profundizar nuestra relación personal con Dios. También a nosotros Jesús nos repite lo que un día dijo a sus discípulos cansados como consecuencia de la constante donación a los demás:

«Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco»

También Jesús, cada tanto, se alejaba de sus muchas ocupaciones. Había enfermos que curar, multitudes que instruir y alimentar, pecadores que convertir, pobres que ayudar y consolar, discípulos que guiar… Sin embargo, aunque todos lo buscaban, él sabía retirarse, lejos de los centros poblados, a la montaña, para estar sólo con el Padre1. Era como si volviese a casa. En su coloquio personal y silencioso encontraba las palabras que luego le diría a su gente2, comprendía mejor su misión, recobraba fuerzas para encarar el nuevo día. Eso es lo que él quiere que hagamos también nosotros.

«Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco»

No es fácil detenerse. A veces estamos tomados por el ritmo vertiginoso del trabajo, de las actividades, como a merced de un engranaje del cual hemos perdido el control. Muchas veces la sociedad nos impone un ritmo de vida frenético: producir cada vez más, avanzar en la carrera, sobresalir… No es fácil enfrentar la soledad y el silencio tanto fuera como dentro de nosotros. Sin embargo, son condiciones necesarias para escuchar la voz de Dios, para confrontar nuestra vida con su Palabra, para cultivar y ahondar la relación de amor con él. Sin esta linfa interior corremos el riesgo de girar en el vacío y de que nuestro mucho trajinar termine resultando infructuoso

«Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco»

Jesús se llevó aparte a los discípulos para que estuvieran con él y en él encontraran reposo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”3. El mejor descanso es darse tiempo para “estar” con Jesús, vivir en gracia, en el amor, dejándose plasmar y guiar por su Palabra. En particular, antes de la oración, momento privilegiado del “estar con él”, es bueno dejar todo de lado, descansar un poco, recogerse, entrar en el secreto y en el silencio de nuestra habitación interior4. En nuestra oración no tenemos que andar midiendo el tiempo. En eso, cuanto más perdamos más ganaremos. Será como un zambullirnos en la unión con Dios, y encontraremos la paz. Podremos entonces llegar a un coloquio continuo con él, a un recogimiento constante, también más allá del tiempo dedicado a la oración. Es mi experiencia de muchos años.

En una ocasión escribí:

“…¡Señor!
En el corazón te tengo,
tesoro que ha de dar sentido a mis gestos.
Tú, cuídame, mírame,
es tuyo el amar: gozar y padecer.
Que nadie recoja un suspiro.
Oculta en tu tabernáculo,
vivo, trabajo por todos.
Que el toque de mi mano sea tuyo,
sólo tuyo el acento de mi voz…”.

Aún cuando no nos sea posible alejarnos del ruido o del torbellino del mundo que nos rodea, podemos ir al fondo del corazón, en busca de Dios, y él siempre está allí. A veces bastará decir: “Es por ti, Jesús”, antes de cada actividad y de un encuentro. Este también es un medio para retirarse un poco aparte y darle a todo un sentido, una entonación sobrenatural. Y ofrecerle cada dolor, pequeño o grande.
La comunión con él nos perfeccionará. También el físico resultará beneficiado y será posible volver con nuevas energías a nuestra actividad, a amar con impulso renovado.

Chiara Lubich
 

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