De Madre Teresa, me quedó el calurosísimo abrazo final que nos dimos en Nueva York, la última vez que la encontré, en mayo de 1997.

Estaba enferma, en cama. Fui con la intención de estar sólo un momento. Después empezó a hablar, a hablar de su Obra. Era su canto del Magníficat, �una cosa maravillosa! Estaba felicísima. Ese abrazo quedó en mí como un signo, una promesa: de que habría seguido amándonos con predilección, porque así nos amaba cuando estaba en vida. Y por eso desde el momento de su muerte, la agregué a nuestros protectores, segura, como todos, de que pronto será proclamada santa.

Realizó plenamente lo que el Papa define como “genio femenino” que consiste precisamente en la característica de María: no estaba investida por un ministerio, sino que estaba investida por el amor, por la caridad que es el don más grande, el más grande carisma que viene del cielo.

Para nosotros es un modelo.

De hecho es una maestra excelsa en el arte de amar.

Amaba verdaderamente a todos. No le preguntaba a su prójimo si era católico o hindú o musulmán. A ella la bastaba que fuera hombre o mujer, y en ello redescubría toda su dignidad.

Madre Teresa era la primera en amar: era ella quien iba a buscar a los más pobres para quienes había sido enviada por Dios.

Madre Teresa veía, quizás como ningún otro, a Jesús en cada uno: “A mí me lo hiciste” era precisamente su lema.

Madre Teresa “se hacía uno” con todos. Se hizo pobre con los pobres, pero sobre todo “como” los pobres. Está aquí la diferencia con la simple asistencia social o con quien se dedica al voluntariado.

No aceptaba nada que no pudieran tener también los pobres.

Es conocida, por ejemplo, su renuncia y la de sus hermanas a una simple lavadora, renuncia que muchos no comprenden – dicen: �en estos tiempos! -, pero ella hacía así porque si los pobres no la tienen tampoco ella.

Asumió, hizo propia la miseria de los pobres, sus penas, sus enfermedades, su muerte.

Madre Teresa amó a todos como a sí misma, hasta ofrecerles su propio ideal. Por ejemplo, invitaba a los voluntarios que prestaban, durante cierto tiempo, un servicio en su Obra, a buscar su propia Calcuta allí donde cada uno regresaba. “Porque los pobres –decía- están en todas partes”.

Madre Teresa sin duda amó a los enemigos. Nunca se detuvo a contestar las acusaciones absurdas que le hacían, en cambio rezaba por sus enemigos.

Después de su muerte, la conocí todavía más profundamente y con “avidez” leí libros sobre ella. Admiré a Madre Teresa en modo especialísimo por su determinación. Tenía un ideal: los más pobres entre los pobres. Y permaneció fiel a él. Toda la vida apuntó a este único objetivo. También por ello es para mí un modelo de fidelidad al ideal que Dios me ha confiado.

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