Hacía poco que Jesús había tomado la decisión de iniciar el gran viaje hacia Jerusalén, donde debía cumplirse su misión. (Lc 9, 51) Había otros que querían seguirlo, pero Jesús les advierte que caminar con él es una opción seria. Será una marcha difícil, que requerirá contemporáneamente valentía y la misma determinación con la cual él ha decidido llegar hasta el fondo en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
Jesús sabe que, al entusiasmo inicial, le puede suceder el desaliento. Acababa de contar la parábola del sembrador: las semillas caídas sobre las piedras “son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen, pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás” (Lc 8, 13). Jesús quiere ser seguido con radicalidad y no hasta cierto punto, a medias. Una vez que uno se ha puesto a vivir por Dios y por su Reino, no es posible volver a recuperar lo que se había dejado, a vivir como antes, a pensar en los intereses egoístas de un tiempo:

«El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios»

Cuando nos llama a seguirlo – y todos, de distintas maneras, somos llamados -, Jesús nos abre por delante un mundo nuevo por el cual vale la pena romper con el pasado. A veces, sin embargo, nos asaltan recuerdos nostálgicos o se insinúa y presiona sobre nosotros la mentalidad común, muchas veces no evangélica.
Nos vemos, entonces, en dificultades. Por un lado querríamos amar a Jesús, y por el otro querríamos dar cabida a nuestros apegos, nuestras debilidades, nuestras mediocridades. Querríamos seguirlo, pero sentimos la tentación de mirar atrás, volver sobre nuestros pasos, o bien dar un paso adelante y dos atrás…
Esta Palabra de vida nos habla de coherencia, de perseverancia, de fidelidad. Si hemos experimentado la novedad y la belleza del Evangelio vivido, veremos que nada es más contrario a él que la indecisión, la pereza espiritual, la poca generosidad, las componendas, las medias tintas. Decidamos seguir a Jesús y entrar en el maravilloso mundo que él nos abre. Nos ha prometido que “quien persevere hasta el fin se salvará”.
(Mt 10,22)

«El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios»

¿Qué hacer para no ceder a la tentación de mirar atrás?
En primer lugar, no prestar oídos al egoísmo, que pertenece a nuestro pasado, cuando no se quiere trabajar como se debe, o estudiar con empeño, o rezar bien, o aceptar con amor una situación que pesa y duele, o bien cuando se querría hablar mal de alguien, no tener paciencia con algún otro, vengarse. A estas tentaciones les tenemos que decir que no diez, veinte veces al día, si fuera necesario.
Pero esto no es suficiente. Con los no, no se llega muy lejos. Se necesitan sobre todo los sí, a lo que Dios quiere y a lo que los hermanos y las hermanas esperan.
Asistiremos entonces a grandes sorpresas.
Recuerdo aquí una experiencia mía.
El 13 de mayo de 1944 un bombardeo había dejado inhabitable mi casa y esa noche, para refugiarnos, habíamos escapado con mi familia a un bosque cercano. Lloraba, comprendiendo que no podría partir de Trento con ellos, a los que tanto amaba. Veía ya en mis compañeras el Movimiento naciente: no habría podido abandonarlas.
¿El amor a Dios tenía que vencer también esto? ¿Tenía que dejar que los míos se fueran solos, cuando yo era la única que en ese momento los sostenía económicamente? Lo hice, con la bendición de mi padre.
Más tarde supe que habían partido contentos y muy pronto encontraron una buena ubicación.
Volví a buscar a mis compañeras entre las casas y las calles reducidas a escombros. Gracias a Dios, todas estaban a salvo. Nos ofrecieron un pequeño departamento. ¿El primer focolar? Nosotras no lo sabíamos, pero así era.

«El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios»

Vayamos entonces siempre adelante, hacia la meta que nos espera, manteniendo fija la mirada en Jesús. (Heb 12, 1-2) Cuanto más nos enamoramos de él y experimentamos la belleza del mundo nuevo al cual ha dado vida, tanto más pierde atractivo lo que hemos dejado a nuestras espaldas.
Digámonos cada mañana, cuando comienza una nueva jornada: ¡Hoy quiero vivir mejor que ayer! Y, si nos sirve de ayuda, hagamos la prueba de contar, de alguna manera, los actos de amor a Dios y a los hermanos y hermanas. Por la noche nos encontraremos con el corazón rebosante de felicidad.

Chiara Lubich
 

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