Agradezco sobre todo a S.E. Mons. Giuseppe Matarrese, Obispo de Frascati, también en nombre del Movimiento de los Focolares, por el acontecimiento en el que estamos participando: el anuncio solemne del comienzo de la causa de beatificación de Igino Giordani.
Saludo de corazón a los afortunados hijos, a la hija y a los demás parientes del honorable Igino Giordani, ahora Siervo de Dios.
Estamos agradecidos por la presencia del alcalde de Frascati, el Sr. Francesco Posa y los otros alcaldes, así como de toda la ciudadanía, que se muestra interesada por este cristiano colmado de muchos testimonios en la «ciudad del hombre».
Comparto la alegría de todos los miembros del Movimiento de los Focolares, aquí reunidos.

Con la instauración del tribunal eclesiástico, comienza la fase diocesana del proceso canónico. A cada uno de sus componentes, aquí presentes, les aseguro mi apoyo y el de todos nosotros a través de la oración en su delicado trabajo, y nuestra colaboración activa en todo cuanto pueda ser útil.

En esta ocasión tan especial, espero que les agrade que por mi parte diga unas palabras sobre el honorable Igino Giordani.

Como ya se sabe, él fue una eminente personalidad católica poliédrica, que siempre ha unido a su compromiso político una intensa y fecunda actividad cultural como periodista y escritor, apologista y hagiógrafo, estudioso insigne de los Padres de la Iglesia y de la doctrina social del cristianismo.
Se podría y debería hablar extensamente de los diferentes cometidos que han hecho famoso al honorable Igino Giordani.

Pero hoy, en este lugar sagrado y en esta circunstancia especial, me parece que tengo que hablar de él, sobre todo como cristiano, como focolarino y cofundador del Movimiento de los Focolares: acción, esta última, que desarrolló en el arco de los últimos treinta y dos años de su vida.

Giordani cristiano

Alguien dijo que si el Evangelio desapareciese de todos los puntos de la tierra, el cristiano tendría que ser tal, que quien lo viera vivir, podría volver a escribir el Evangelio.
Cuando Igino Giordani partió de esta tierra, se leyó en la Misa del día la página de las bienaventuranzas. Pues bien: cuantos lo habían conocido a fondo estaban de acuerdo en afirmar que él las había vivido a todas.
«Bienaventurados los puros de corazón». Fue esta pureza la que le hizo definir la existencia terrenal del hombre, siempre acompañada por el amor providencial de Dios, como una aventura divina. Fue la misma pureza de corazón la que le afinó los sentimientos más sagrados y se los potenció: hacia su mujer, hacia sus amados hijos.
Él fue un «pobre de espíritu» por el desapego total que tenía, no sólo de todo lo que poseía, sino, sobre todo, de cuanto él mismo era.
Su corazón estaba cargado de «misericordia»: acercándose a él, hasta el pecador más miserable se sentía perdonado y revestido de dignidad.
Fue siempre un «operador de paz», como documenta su historia de hombre político.
De carácter fuerte e impetuoso, llegó a poseer una tal «mansedumbre» que hacía entender que quien tiene esta virtud posee la tierra, como afirma el Evangelio. Con la gentileza más refinada, con esas exquisitas palabras suyas, conquistaba a todos los que tenían contacto con él.
Y … podríamos continuar…

Giordani focolarino

Cristiano de primer orden, culto, apologista, apóstol, cuando le pareció que había encontrado un manantial de agua genuina, que manaba de la Iglesia, supo posponer todo para seguir a Jesús, que lo llamaba.
Por lo que, si Giordani fue un verdadero cristiano, fue también un cristiano con un camino especial. Dios lo llamó a ser focolarino.
Personificó el nombre de batalla con el que se le llamaba entre nosotros: «Foco», fuego, es decir, ese amor hacia Dios y hacia el prójimo, sobrenatural y natural, que es el vértice de la vida cristiana.

Siempre había esperado que se le abriese algún camino para realizar su deseo de consagración total a Dios, a pesar de su condición de casado. Y en el 1948 se encontró con el Movimiento de los Focolares.
A través de la espiritualidad de la unidad, típica de esta Obra, se puede leer el Evangelio en su persona.

Para que Cristo viviese en él, para realizar la plena comunión con los hermanos que El pide, supo morir realmente a sí mismo, como lo expresa en un escrito poético de1951:

«Me he dispuesto a morir,
y lo que suceda ya no me importa;
ahora quiero desaparecer
en el corazón abandonado de Jesús.

Todo este penar
Por la avaricia y la vanidad
En el amor desaparece:
He conquistado mi libertad.

Me he dispuesto a morir
a esta muerte que ya no muere:
Ahora quiero gozar
Con Dios en su eterna juventud.»

Pero, aunque Giordani conoció la ascética cristiana, no le faltaron las alegrías de la contemplación y de la vida mística.
Dice Luis María Grignion de Montfort, hablando de las personas que la Virgen ama de una manera especial, que el don principal que éstas alcanzan es la realización aquí en la tierra de la vida de María en sus almas, de tal modo que ya no es el alma quien vive, sino María en ellas, o si se quiere de otro modo, el alma de María llega a ser la de ellos.
Escribe Giordani en 1957: «la tarde del primero de octubre, mes sagrado a María, después de las oraciones, de golpe el alma se desalojó de cosas y criaturas humanas; y en su lugar entró María, con Jesús desangrado, y toda la estancia del alma se llenó de su figura de dolor y de amor. (…)
Durante 24 horas, Ella estuvo, como altar que rige la Víctima: Virgo altare Christi. Mi alma era su estancia: el templo. (…) Tanto que me vino a los labios: ’Ya no vivo yo, sino que María vive en mí’.

Su presencia, de algún modo, había virginizado mi alma: marianizado mi persona. El yo había muerto y en su lugar había nacido María. De modo que ya no sentía la necesidad de que no sentía más la necesidad de llevar la mirada a las imágenes de las calles o a las imágenes de la Virgen; me bastaba con volver los ojos del alma hacia el interior de mí mismo para descubrir, en lugar del ídolo sórdido y grotesco de siempre, la Toda Hermosa: la Madre del Amor Hermoso. E incluso este pobre cuerpo dolorido me parecía una especie de catedral (…).
Si no soy el último miserable, tengo que hacerme santo: estar en armonía con esta realidad.»

Giordani cofundador

También fue cofundador del Movimiento de los focolares. El fue quien abrió de par en par el focolar a los casados, haciendo efectivo ese proyecto, antes sólo intuido, de una convivencia de vírgenes y casados, estos últimos de acuerdo a su propio estado.
Fue él quien dio un impulso excepcional al nacimiento de las ramificaciones de esta Obra que son los Movimientos de amplio alcance, como el «Movimiento Familias Nuevas», «Jóvenes por un mundo unido», «Humanidad Nueva», la cual se dedica a animar con el genuino espíritu cristiano el mundo del trabajo, del arte, de la medicina, de la escuela, de la política…
El dio inicio con otros diputados el «Centro Santa Catalina» precisamente para animar la política con el espíritu del Movimiento.
El fue la personificación de uno de los objetivos más importantes de esta Obra: contribuir a la unificación de las Iglesias, dirigiendo durante años el «Centro Uno» ecuménico.
El ayudó sobre todo al Movimiento a plantar raíces sólidas en la Iglesia, de manera que, todavía en vida, lo vio extender sus ramas en los cinco continentes con todo el bien que se puede imaginar, si se considera su espíritu evangélico, que subraya la fraternidad universal, la unidad entre todos los hombres.

Giordani fue uno de los mayores dones que Dios ha hecho a nuestro Movimiento.

Y ahora, para concluir, quiero recordar con ustedes uno de sus últimos días.
Se había agravado. Le había llevado una foto a colores del santo Padre con una bella bendición y firma autógrafa.
Esto le hizo feliz, y entre un sopor y otro, dijo: «�hoy es una gran fiesta! �Quién se lo esperaba?».
Y mientras el padre Antonio Petrilli – uno de los primeros focolarinos sacerdotes, que lo cuidaba en sus últimos años y que ahora está con él en la Otra Vida – colgaba la bendición enmarcada en la pared, añadió: «Tengo la idea de estar en el Paraíso».
A mi pregunta de si quería que escuchásemos la Misa juntos y renovásemos el Pacto de unidad del focolarino, exclamó: �Que maravilloso! Este es un don que se agrega».
Y en otro momento: «Tengo siempre presente a Dios con este nombre: Donator»; y citó algunos dones que le había hecho.
A mi pregunta de si le gustaría ir al Paraíso, hizo un gesto con la cabeza como para decir: �ojalá! Después, varias veces, con una sonrisa única, añadió: «�Esto es el Paraíso! �que puede existir más maravilloso?».
Refiriéndose otra vez a la bendición del Papa, susurró: «No se puede expresar el don que ha sido; más lo pienso, más me pierdo…».
Y después de la santa Misa con la indulgencia plenaria, afirmó: «Todo está completo».
Hoy Giordani está aquí presente entre todos nosotros.

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