Oscuridad y luz: una oposición elocuente, habitual en todas las culturas y todas las religiones. La luz simboliza la vida, el bien, la perfección, la felicidad, la inmortalidad. La oscuridad remite al frío, lo negativo, el mal, la muerte.
El apóstol Pablo recuerda a los fieles de Roma que el cristiano no tiene nada que hacer con un pasado “oscuro”, hecho de impureza, injusticia, maldad, codicia, malicia, envidia, rivalidad, engaño… (Cf Rom 1, 24-31)

«Abandonemos las obras propias de la noche…

¿Cuáles son las “obras de la noche”? Por lo que dice Pablo son: embriaguez, lujuria, peleas, envidias, (Cf Rom 13,13) pero también olvido de Dios, traición, robo, homicidio, soberbia, ira, desprecio por el otro; y además: materialismo, consumismo, hedonismo, vanidad.
También es obra de la noche la facilidad con la que a menudo seguimos cualquier programa televisivo o navegamos por internet, leemos ciertas revistas, vemos ciertos filmes u ostentamos cierta indumentaria.
Nosotros, en el momento del bautismo, hemos aceptado que queríamos morir con Cristo al pecado cuando, por boca de nuestros padrinos, tres veces afirmamos que queríamos renunciar al demonio y a sus seducciones. Actualmente se prefiere no hablar del demonio, se tiende a olvidarlo y a decir que no existe, cuando en realidad está y sigue fomentando guerras, tragedias, violencias de todo tipo.
“Abandonemos”: una acción que implica hacerse violencia, cuesta, exige coherencia, decisión, valentía, pero que resulta necesaria si queremos vivir en el mundo de la luz. En efecto, la Palabra de vida continúa:

… y vistámonos con las obras de la luz»

No basta, entonces, con renunciar, “despojarse” del mal; es necesario “vestirse con las obras de la luz”, es decir, como explica Pablo más adelante, “revestirse del Señor Jesucristo”, dejando que sea él el que viva en nosotros. (Rom 13, 14) También el apóstol Pedro invita a “compenetrarse” de los mismos sentimientos de Jesús. (Cf 1 Ped 4,1)
Imágenes fuertes, sin duda, porque dejar vivir a Cristo sabemos que no es fácil, quiere decir reflejar en nosotros sus mismos sentimientos, su modo de pensar, su forma de actuar; significa amar como él ha amado y el amor es exigente, requiere lucha continua contra el egoísmo que está dentro de nosotros.
Pero, como recuerda la primera carta de Juan, no hay otro camino para llegar a la luz: “El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin sabe a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido” (1Jn 2, 10-11).

«Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con las obras de la luz»

Esta Palabra de vida es una invitación a la conversión, a pasar continuamente del mundo de las tinieblas al de la luz. Repitamos entonces nuestro no a Satanás y a todas sus lisonjas, y volvamos a decir nuestro sí a Dios, tal como lo hemos pronunciado el día del bautismo.
No tendremos que realizar grandes acciones; basta que cada una de las que hagamos esté sugerida y animada por el amor verdadero.
De este modo contribuiremos a que a nuestro alrededor se irradie una cultura de la luz, de lo positivo, de las bienaventuranzas. Será construir el paraíso ya desde esta tierra, para poseerlo eternamente en el Cielo. Sí, porque el paraíso es una realidad, nos lo ha prometido Jesús, y es como una casa, que se construye aquí para habitarla allá. Y su regalo será: felicidad plena, armonía, belleza, danza, felicidad sin fin, porque el Paraíso es el amor.
Nos da testimonio de ello la experiencia vivida por Mary, de Perú. Madre de tres hijas pequeñas, cuando conoce la Palabra de vida encuentra a Dios, encuentra la luz; se involucra totalmente y en su vida se produce un cambio radical.
Poco tiempo después se le diagnostica una enfermedad grave. Internada en el hospital, se entera de que le queda poco más de un mes de vida. La nueva intimidad con Jesús que ahora experimenta la anima a hacer una oración en la que pide cinco años de tiempo para consolidar su conversión y poder también cambiar la vida a su alrededor.
Los médicos no se explican cómo es que la salud de Mary mejora y le dan de alta en el hospital. Vuelve a casa, se prepara con su compañero al matrimonio, que celebra en la iglesia, y pide el bautismo para las hijas.
Pasados cinco años, el mal se agudiza de improviso y en apenas dos semana concluye su vida en la tierra.
Antes de morir, logra ocuparse de cada detalle con respecto al futuro de las hijas y a trasmitirle esperanza a su esposo. “Ahora voy al Padre que me espera. Todo ha sido maravilloso, él me ha dado los cinco años más hermosos de mi vida, desde cuando lo conocí en su Palabra que da la Vida”.

Chiara Lubich

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