Hace tiempo, como responsable de un proyecto europeo, tuve que presentar un informe sobre el desarrollo de los trabajos acordados por los representantes de los Estados de la Unión, ante los oficiales de la Comisión Europea. Los colegas más expertos sugerían que fuera genérico y no muy claro en la exposición, para no correr el riesgo de ser criticado o puesto en embarazo por los representantes de los Estados, pero esto no correspondía con mi estilo de vida ni de trabajo: antes de cada reunión, más allá del problema a tratar, pienso en la relación con las personas que están a mi alrededor, a sus vidas y a lo poco que sé de las esperanzas, dificultades y expectativas con las que han llegado a la reunión. Pienso en los últimos que escucharán y que podrían recibir un beneficio de nuestro trabajo.

Pero volvamos a Bruselas, a nuestra sesión plenaria; contrariamente a las sugerencias de mis colegas, expongo el estado del proyecto con calma y claridad, mirando a los representantes de los Estados a la cara, para estar seguro de que comprendan bien. Se trataba de un servicio para los pensionados europeos que para poder ser realizado concretamente tenía necesidad del aporte convencido de los representantes de los Estados, de modo que se tuviesen en cuenta las situaciones locales. Al final de la exposición, durante más de una hora fui sometido a una ráfaga de preguntas y observaciones por parte de todas las delegaciones. Al responder trataba siempre de ponerme en el lugar y en la cultura de quien hacía la pregunta, de modo de entender lo que estaba detrás, y responder en un modo objetivo y personal.

Durante la discusión se encendieron vivos contrastes entre los delegados, en su mayoría debidos sólo a incomprensiones motivadas por la diversidad de culturas, de formas de hablar, de legislaciones, de costumbres … Por lo tanto, traté de intervenir con delicadeza, explicando a uno el por qué el otro había hecho esa observación, que sin embargo tenía que ser leída e interpretada en cierto modo, ayudándolos así a entenderse, a disipar la sospecha de otras finalidades, para encontrar un punto común.

El resultado final fue la aprobación del proyecto, con una serie de observaciones y mejorías compartidas por todos los delegados. Había una insólita serenidad entre todos. Cuando me levanté, al final, para saludarlos y agradecerles por la fructífera revisión que habíamos hecho juntos, me dieron un aplauso, cosa que raramente sucede en esa sala.

I. N. – Italia

Sacado de Toda revestida de Palabra, a cargo de Michele Zanzucchi, Città Nuova 2004

Comments are disabled.