Lia Brunet había conocido a Chiara Lubich desde el ‘45, en Trento. Será ella, junto al primer focolarino, Marco Tecilla y a Fiore Ungaro, quien emprenderá el primer viaje fuera de los confines de Europa, en 1958. Eran los años de graves conflictos sociales en todo el continente latinoamericano. Ese viaje marcará el inicio del tejido de una red de amor que lanzará semillas de renovación espiritual y social en los países donde Lia entregó, sin ahorrar nada, 44 años de su vida. Nos dejó el 5 de febrero. En Navidad había cumplido 87 años.

Ese primer viaje a América Latina, fue un viaje lleno de incógnitas. En Trento, con Chiara, en los barrios más pobres, había experimentado la fuerza de transformación social del Evangelio vivido y su fuerza difusiva. En 12 intensos meses, los tres hacen escala en Recife, San Pablo, Río de Janeiro, Bello Horizonte, en Brasil; en Montevideo, en Uruguay; en Buenos Aires, en Argentina; en Santiago de Chile. Así se delinea su programa en el “Diario de un viaje”:

“También la nuestra es una revolución, usando el arma más potente, el Amor que Jesús ha traído a la tierra. También nosotros hablamos de ‘hombre nuevo’, el de San Pablo, pero también de ‘hombre viejo’, que tratamos de hacer morir sobre todo en nosotros mismos. También el nuestro es un proyecto de muerte y vida: apunta al ‘que todos sean uno’”.

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