«Después de estos eventos ya no se logra ser como antes. Me sucede que me despierto en la noche y pienso en mis hermanos y hermanas del sur. Conozco estas zonas: son verdaderas perlas de belleza. Está todo destruido: cosas y vidas humanas…
Resuenan dentro las preguntas que desde hace milenios nos persiguen y nos interpelan: “�Qué es el hombre? �Qué es la vida que estamos viviendo?”
Resuena en todo el país este grito: “�Por qué… por qué todo esto?”

Este dolor surca el aire, con el terrible hedor de los cuerpos en descomposición. No se puede caminar ni siquiera un metro sin ver uno.

Budistas y cristianos están de acuerdo en afirmar que el trabajo más grande post-catástrofe será el espiritual: dar una respuesta a esta sensación de extravío que atenaza las almas de muchos.
No se pueden contar las personas que de repente, después de meses y meses de escasez de donadores, �se han volcado literalmente a las calles de los hospitales, en busca de una jeringa para donar su sangre! Sí, hay demasiados donadores, tantos que, ya dos veces, un amigo y yo, hemos tenido que devolvernos. Sigo sin dormir durante la noche: escucho los gritos de la gente que sufre y de los miles que corren para socorrerlos.

Volviendo a casa encuentro en una pequeña caja blanca: son los ahorros de un estudiante de Ciencias Políticas, quien con sus amigos, en pocas horas, ha recogido una buena cantidad de dinero: sin embargo lo consideraban un “insensible”… Pocas horas antes un muchachito nos trajo su bolsa de ropa “para los nuestros del sur”. Lo mismo otra familia: todos corren, todos hacen algo. Uno de nuestros amigos me pidió el carro prestado: finalmente tenía una buena ocasión para hacer algo positivo con su vida, distribuyendo una buena cantidad de ropa superflua: imposible usar la moto.

El pueblo ha cambiado, la gente está transformada. Desde hace veinte años conozco los tai, y nunca los he visto así, en donación y todos juntos. Están felices de estar aquí, de llorar por sus muertos que ahora son míos y con muchos hacer lo que es posible. Todos se han movilizado: también el helicóptero de una princesa, que transportará a un pequeño sueco de pocos meses, salvado por milagro. Pienso en esa actriz que reconocí en medio de las ayudas, de los paquetes, de las medicinas por distribuir. Se veía en sus ojos luminosos que el amor nos ilumina dentro, nos transfigura. Incluso ese ricachón, con su paracaídas motorizado, vino al sur para sobrevolar la zona del desastre y advertir sobre la presencia de cadáveres. Recuperar los cuerpos en descomposición es la alarma del momento.

Este país, por lo tanto, no sólo es sensible a los boletines económicos, sino que también sabe llorar por sus muertos como por aquellos que habían venido aquí sólo para unas vacaciones y han perdido la vida. Somos hombres, somos hermanos es la respuesta que me nace dentro en estas horas post-tsunami. La solidaridad que respiras en el aire caminando por las calles es más fuerte que el odio estúpido y ciego que las noticias de guerra te querrían presentar. La gente le presta atención a las miles de historias de solidaridad “hasta dar la vida”, nacidas durante y después de la ola. Una joven inglesa llora por un desconocido tailandés con una camiseta roja, que la salvó haciéndola aferrarse a un árbol. Después él desapareció en el agua. Nos miramos todos, incluso al semáforo, con ojos diferentes. Se anulan distancias y distancias. Ya no nos aturde el éxito, la salud, el bienestar. �Habría podido estar yo en su lugar! Es esto en definitiva el sentido de la vida, y la tragedia te lo revela: el amor nace del dolor, vivido y superado a favor del otro ser humano. Por esto tengo confianza que ese “que todos sean una cosa sola” un día se realizará.

(L. B. – Tailandia) Sacado de CN n. 2/2005

Comments are disabled.