Queridos jóvenes:
Os habéis reunido en gran número para vuestra cita anual: el 1ºde mayo en Loppiano. ¡Estad seguros de que estoy con vosotros!
Vuestro encuentro, lleno de alegría pero al mismo tiempo cargado de proyectos, expresa una vez más que sois conscientes de que el futuro está en vuestras manos: la responsabilidad de contribuir, con la generosidad y la energía que os caracteriza, a hacer de esta humanidad una familia de pueblos hermanos.

Este año la ciudadela de Loppiano que, como sabéis, es expresión del carisma de la unidad que Dios ha dado hoy a la Iglesia os acoge con una alegría especial. En efecto, hace pocos meses, nuestro amadísimo Santo padre Juan Pablo II quiso enviarnos una bendición especial con ocasión de la dedicación de la nueva iglesia a María Theotókos, junto con una larga carta en la que me expresaba, entre otras cosas, su alegría porque “en los cuatro decenios transcurridos han pasado por Loppiano muchas personas de todas las culturas y de distintas religiones”.

En los años de su pontificado he podido estar a menudo cerca de él, en distintas ocasiones, y todo ha tenido siempre el sabor de la fraternidad, de la unidad, del Evangelio en su integridad. Después de su muerte tengo un pensamiento insistente: �que sea proclamado santo enseguida, por clamor popular! Y habéis sido precisamente los jóvenes, en la plaza de San Pedro y en otras muchas plazas del mundo, los que habéis gritado en voz alta, todos juntos, la santidad de este papa.

También hoy la voz de Juan pablo II sigue acompañándoos y confirmando vuestro compromiso por “construir un mundo unido” tal como decía a los jóvenes del Movimiento de los Focolares ya en el Genfest de 1980, por “orientar la historia hacia su cumplimiento, y cueste lo que cueste”. Porque -sigue diciendo- “los hombres que saben mirar al futuro son los que hacen la historia”.

¿Qué nos espera, pues? Con el título de vuestra jornada habéis elegido qué camino recorrer: “Tiempo de fraternidad”. En efecto, la fraternidad universal es el único horizonte posible hacia el cual los hombres y los pueblos de la tierra se están moviendo a paso lento, pero imparable. La fraternidad es el motor de un mundo en paz, de un mundo unido.

Pero para realizarlo, como ya habéis descubierto, hay que hacer del “arte de amar” que aprendemos en el Evangelio, la norma inspiradora de nuestra vida. Se trata de una revolución: de superar los límites de los vínculos familiares o de amistad, para amar a todos, sin discriminación alguna; de tomar siempre la iniciativa, sin esperar respuesta; de amar al otro como a nosotros mismos; de amar haciendo el vacío de nosotros para comprender al otro, acogerlo y compartir sus sufrimientos o sus alegrías. Este arte es la clave que transforma cualquier relación y abre todo diálogo.

Pero hay más: en un mundo que busca con inquietud a Dios pero que cree sólo en lo que toca, es posible hacer sitio al propio Jesús, atraerlo hasta que se haga presente en medio de nosotros. Lo estamos experimentando desde hace más de 60 años: el amor tiende a la reciprocidad y se entrega hasta que también el otro que está a nuestro lado comienza a amar. Entonces, la consecuencia del amor recíproco, que siempre sorprende y maravilla, es la realización de la promesa de Jesús: “Donde dos o más están unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. ¡Jesús presente en la comunidad!

Del mismo modo que dos elementos se combinan entre ellos y surge un tercero que no es la suma de los otros dos sino otra cosa, si nos amamos como él nos ha amado, Jesús se hace presente en medio de nosotros, y él es de verdad el primer artífice de un mundo nuevo.
¡Es fabuloso! ¡Poder generar en el mundo una llama: al mismo Jesús que vivió hace dos mil años en Palestina, al mismo Jesús resucitado! Aquí radica la esperanza en un mundo mejor.

Bien, queridos jóvenes, os deseo de todo corazón que respondáis al desafío de la fraternidad viviendo al ciento por ciento el arte de amar, hasta que la presencia de Jesús en medio de vosotros se extienda por todas partes. El Resucitado os colmará con sus dones: una alegría desconocida hasta ahora, una paz nunca experimentada, una luz abundantísima para componer la tierra en unidad.
Con mi unidad, Chiara

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