Una Iglesia vital, alegre, auténtica, en camino hacia y con la sociedad, es la que atrajo a 2.300 jóvenes holandeses, un domingo de fines de noviembre, a Utrecht, a la primera cita nacional, convocada para dar continuidad a la experiencia iniciada en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en agosto pasado. Una participación que no se verificaba desde hacía décadas.

El evento ha sido el fruto de la colaboración, en un clima de profunda comunión, entre Diócesis y Movimientos, entre los cuales la Renovación Carismática, el Comité de Jóvenes Católicos, Emmanuel y los Focolares. Una comunión entre carismas vivida ya en la preparación de la JMJ.

“La felicidad que buscan, la felicidad que tienen el derecho de experimentar, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazareth”. Ha sido éste el pasaje central del mensaje autógrafo del Papa, profundo y lleno de calor, acogido con un largo aplauso. Benedicto XVI animó a los jóvenes a profundizar su relación con Jesús, acudiendo a los sacramentos, para después asumir sus propias responsabilidades en la vida personal y de la sociedad.

El encuentro prosiguió con trabajo y una profundización en grupo sobre catequesis y aplicación social. Se pasó así de la fe, la ética y la ciencia, al cómo vivir el cristianismo en la política, en la enseñanza, en la economía; del ecumenismo al diálogo interreligioso. Ha sido un constatar el deseo que existe en estos jóvenes de profundizar en su fe, y cuán sedientos están de verdad.

«La neblina que por décadas ha cubierto la juventud en la Iglesia Católica en Holanda desapareció». Fue lo que dijo en su homilía el obispo Mgr. de Jong, auxiliar de Roermond, responsable de la pastoral juvenil, en la Misa concelebrada con el Card. Simonis, quien concluyó la Jornada. Estas palabras expresaban una certeza compartida por todos: en una sociedad cada vez más secularizada, ha nacido en el seno de la Iglesia algo nuevo que es irreversible.

Lo que está sucediendo en Holanda es un fenómeno que se está verificando también en otros países europeos. Como observaba Lorenzo Fazzini, en Avvenire el 8 de diciembre, “existe un clima de espiritualidad” que es el reflejo de esta renovada interioridad, de la apertura al otro, que se traduce en muchísimos casos en compromiso social y en la elección de servir a los más pobres.
 

 

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