G. y yo estábamos casados desde hacía 17 años y teníamos cuatro hijos, cuando noté en ella un profundo cambio con respecto a mí. Estaba fuera de casa muchas veces por su trabajo como asistente social en un ente gubernativo que se dedicaba a los niños abandonados. Después de algunos meses descubrí que tenía una relación con un colega suyo.

Fue un momento terrible: ví derrumbarse nuestra relación, la familia, mi vida. Me sentí traicionado, profundamente herido en mi orgullo y desesperado, viendo la destrucción de lo que habíamos construido a lo largo de los años. Poco después mi esposa decidió abandonar nuestra familia. Un día, mientras yo estaba en el trabajo, vino a casa para buscar sus cosas y discutió con las hijas más grandes de 15 y 17 años. No tenía alternativas, solamente tenía que aceptar su decisión, aunque eso nos causara un sufrimiento enorme. 
 
Recé y le pedí a Dios: «¡Ayúdame! Dame la fuerza y la gracia para superar todo!» Estaba seguro de Su amor. Pero no fue fácil. Le pedí ayuda incluso a mi hermana, quien me hizo hecho reflexionar en el hecho de que tampoco Jesús había merecido ese sufrimiento: había sido traicionado y había sufrido la humillación y el abandono del Padre. Él, a quien traté de reconocer y amar, hizo que me pusiera de pie, día tras día, conduciéndome a una elección más radical de Dios.

Fijando la mente y el corazón en Dios, mi dolor encontraba sentido: en lugar del odio inicial estaba entrando un sentimiento de misericordia. Finalmente logré perdonar a mi esposa. Junto con otras personas con quienes comparto mi compromiso como cristiano, encontré la fuerza para ir adelante. La confianza constante en a Jesús crucificado y Abandonado también me ha permitido mantener, incluso en esta separación, el empeño de fidelidad asumido con el sacramento del matrimonio.
 
Después de un año de la separación, la Espiritualidad de la Unidad fue iluminando cada día más mi vida con mis hijos y así he logrado aprehender las varias exigencias de su crecimiento. Para tener más tiempo para ellos dejé el trabajo de ingeniero en una empresa de elaboración de la caña de azúcar, que me ocupaba mucho, y empecé con un pequeño negocio. Hice esta elección sabiendo que nuestros recursos económicos disminuirían, porque el trabajo anterior era bien retribuido, pero no tenía miedo.

Ahora, contemplando lo que Dios ha obrado en nosotros, nos sentimos profundamente agradecidos.

A. C. (Brasil)

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