Es necesario hablar, a todos, siempre.
Muchas veces la Palabra de Vida nos invita a vivir, a ser el amor. Pero también es necesario trasmitir la Palabra, anunciarla, comunicarla, hasta involucrar a los demás en una vida de donación, de fraternidad.
Las últimas palabras de Jesús fueron: “Vayan por todo el mundo, anuncien la buena noticia1”.
Esa era la pasión que impulsaba a Pablo a viajar por el mundo entonces conocido y a dirigirse a personas de culturas y creencias diferentes: “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para vanagloriarme; al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!2
Haciéndose eco de las palabras de Jesús y confirmado por su propia experiencia, Pablo recomienda también a su fiel discípulo, Timoteo, y a cada uno de nosotros:

“Proclama la Palabra…”

Para que el hablar resulte eficaz es necesario que antes –cuando es posible– se construya una relación con las personas a las que nos dirigimos.
Incluso cuando no se pueda hablar con palabras, se lo puede hacer con el corazón. A veces la palabra sólo puede expresarse en un silencio respetuoso, a través de una sonrisa, o bien interesándonos por el mundo del otro, por lo que le preocupa, por sus problemas, dirigiéndonos al otro por su nombre, de manera que advierta que él o ella es importante para nosotros. Y efectivamente lo es: el otro no nos resulta nunca indiferente.
Esas palabras sordas, cuando son oportunas, no pueden dejar de abrir una brecha en los corazones y muchas veces el otro se interesa por nosotros y nos pregunta. Ahora bien, ése es el momento del anuncio. No hay que dejarlo pasar, hay que hablar claramente, aunque quizás con pocas palabras, pero hablar y comunicar el porqué de nuestra vida cristiana.

“Proclama la Palabra…”

¿Cómo vivir esta Palabra de Vida y decir, aunque sea sólo con nuestro paso, el Evangelio? ¿Cómo darlo a todos? Amando a cada uno, sin distinción. Si somos cristianos auténticos, que viven lo que el Evangelio enseña, nuestras palabras no sonarán vacías.
El anuncio será aún más luminoso si sabemos dar testimonio del corazón del Evangelio, de la unidad entre nosotros, conscientes de que “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”3.
Este es el hábito de los cristianos comunes que pueden transmitir varones y mujeres, casados o no, adultos y niños, enfermos y sanos, para dar testimonio siempre y en todas partes, con la propia vida, de Aquél en quien creen, de Aquél a quien quieren amar.

por Chiara Lubich

1) Cf Evangelio de Marcos 16, 15; Evangelio de Mateo 28, 19-20;
2) Primera carta de Pablo a los corintios 9, 16;
3) Evangelio de Juan 13. 35.

 

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