La “Semana de oración por la unidad de los cristianos” celebra este año su centenario. “El Octavario de oración por la unidad de los cristianos” tuvo lugar por primera vez en 1908. Sesenta años más tarde, en 1968, la Semana de oración por la unidad de los cristianos fue preparada conjuntamente por la Comisión Fe y Constitución (Consejo Ecuménico de Iglesias) y el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos (Iglesia católica). Es así como cada año es de práctica común encontrarse juntos, cristianos católicos y de distintas Iglesias, para preparar un libreto con las sugerencias para la celebración de la Semana de oración.

La Palabra elegida este año por un amplio grupo ecuménico de Estados Unidos, ha sido tomada de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica, en Grecia. Se trataba de una comunidad pequeña, joven, y Pablo sentía la necesidad de que la unidad entre sus miembros fuera cada vez más sólida. Por eso los invitaba a “vivir en paz unos con otros” y a ser pacientes con todos, a no devolver mal por mal, sino a hacer el bien unos a otros y a todos, y también a “orar sin cesar”, como subrayando que la vida de unidad en la comunidad cristiana es posible únicamente a través de una vida de oración. Jesús mismo oró al Padre por la unidad de los suyos: “que todos sean una sola cosa”1.

“Oren sin cesar”

¿Por qué “orar sin cesar”? Porque la oración hace a la esencia de la persona en cuanto ser humano. Hemos sido creados a imagen de Dios, como un “tú” de Dios, en condiciones de estar en relación de comunión con él. La relación de amistad, el coloquio espontáneo, simple y verdadero con él –que es la oración– es por eso constitutivo de nuestro ser, hace posible que lleguemos a ser personas auténticas, en la plena dignidad de hijos e hijas de Dios.

Creados como un “tú” de Dios, podemos vivir en constante relación con él, con el corazón colmado de amor por el Espíritu Santo y la confianza que se le tiene al propio Padre: esa confianza que lleva a hablarle a menudo, a tenerlo al tanto de todas nuestras cosas, nuestras preocupaciones, nuestros proyectos; esa relación confidencial que hace que uno espere con impaciencia el momento dedicado a la oración – reservado en la jornada de otros compromisos de trabajo, de familia–, para ponernos en contacto profundo con Aquel por el que sabemos que somos amados.

Es necesario “orar sin cesar” no sólo por nuestras necesidades, sino también para contribuir a la edificación del Cuerpo de Cristo y a la plena y visible comunión en la Iglesia de Cristo. Este es un misterio que de alguna manera podemos intuir pensando en los vasos comunicantes: cuando se introduce agua nueva en uno de ellos, el nivel del líquido se eleva en todos. Lo mismo sucede cuando uno ora. La oración es una elevación del alma a Dios para adorarlo y agradecerle. De la misma manera, cuando uno se eleva, se elevan también los demás.

“Oren sin cesar”

¿Cómo hacer para “orar sin cesar”, especialmente cuando nos encontramos en la vorágine de la vida cotidiana? “Orar sin cesar” no significa multiplicar los actos de oración, sino orientar el alma y la vida a Dios, vivir cumpliendo su voluntad: estudiar, trabajar, sufrir, descansar y, también, morir por él. Hasta el punto de no poder vivir cada día sin estar en sintonía con él. Nuestra actividad se transforma entonces en acción sagrada y toda la jornada se convierte en oración.

Algo que nos puede ayudar es ofrecer a Dios cada acción acompañándola con un: “Por ti, Jesús”; o bien, en las dificultades: “¿Qué es lo que importa? Amarte importa”. Así lo transformaremos todo en un acto de amor. Y entonces la oración será continua, porque será continuo el amor.

Chiara Lubich

1) Evangelio según San Juan 17,21

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