Trabajo como profesor de inglés en una escuela del Cairo: la mayoría de los estudiantes son musulmanes, de familias muy ricas. Empecé a dar clases cuado se acercaba el mes del Ramadán. Como primera actividad en mis dos nuevos salones de clase, propuse que hiciéramos una decoración típica de este período. Los otros profesores, en su mayoría musulmanes, quedaron impresionados, porque sabían que era cristiano; en clase se creó enseguida, con este pequeño gesto, un bellísimo clima de amistad entre todos y decorando juntos el aula, empezaron a entender que la norma más importante habría sido aprender a querernos entre todos.

El mejor examen de la clase – Había en la clase un niño que sufría de autismo: a menudo estaba ausente con el pensamiento, tenía dificultades de integración. A pesar de sus 10 años no lograba escribir, y hacía falta repetirle muchas veces cada cosa. La madre, angustiada, ya no sabía qué hacer, ya que no encontraba una escuela que se hiciera cargo de su caso. Yo trataba de quedarme con él durante el recreo, para jugar, hablar, animarlo a estudiar más en casa. Un día él, normalmente muy serio y poco expresivo, entrando en el aula me abrazó diciendo “¿te quiero Mister!”. Durante el examen del primer semestre vi que tomaba el lápiz y que escribía con rapidez y correctamente las respuestas de cada ejercicio. ¡Fue el mejor examen de la clase!

Estudiantes, padres de familia, colegas: todos involucrados en la ‘competencia’ – Cada uno de los estudiantes, sintiéndose particularmente amado, para corresponder a este amor se esforzaba en aprender cada lección, haciendo las tareas lo mejor posible y trayendo trabajos complementarios por iniciativa propia. En la clase, cuando alguno terminaba primero los ejercicios, se ofrecía para ayudar a quien tenía más dificultades, creando una “competencia” de amor entre todos. Recibí muchas cartas y llamadas telefónicas por parte de los padres, que agradecían por cómo cuidaba a sus hijos y me confiaban también sus problemas personales. A menudo también los profesores venían a buscarme durante el intervalo para pedirme consejos sobre mi método pedagógico, se abrió así, con cada uno, un profundo diálogo.

Al final del año, una noticia sorprendente – La premiación de la escuela me designa como el “profesor del año” por “el espíritu nuevo que ha dado nueva luz a la enseñanza” y que ahora tantos de los profesores están interesados en conocer e imitar. Un ulterior paso: como norma de las dos clases he introducido el “dado del amor”: cada mañana se tira y un alumno a la vez explica (en inglés) cómo poner en práctica la regla del día. Después, en el examen semanal, los estudiantes deben escribir sus experiencias de cómo han puesto en práctica las varias normas del dado. Un día entro en la clase y encuentro 22 cartas sobre mi escritorio: son 22 bellísimas experiencias que, por iniciativa de ellos, quisieron comunicarme: ser los primeros en amar, amar a todos, amar al enemigo… y esto durante las clases, durante el recreo, en el autobús para regresar a casa… Las llevo enseguida al director de la escuela. Al final de la mañana todos los docentes son convocados a una reunión fuera de programa: “Esta escuela tiene necesidad de un espíritu nuevo – nos dice el director – y este dado es la respuesta apropiada. A partir del próximo semestre introduciremos la pedagogía del dado del amor en todas las clases”. Todas las mañanas los profesores entran con el dado bajo el brazo, presentando a todos los estudiantes el “arte de amar”.

El clima de la escuela está cambiando, no sólo entre los muchachos, pero también entre los profesores y en la relación entre la dirección y el cuerpo docente.

(B. S. – Egipto)

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