No creas que, porque estás en el mundo, puedes nadar en él como un pez en el agua. No creas que, porque el mundo entra en tu casa a través de ciertas radios y de la televisión, estás autorizado a escuchar cualquier programa o a ver todas las transmisiones.
No creas que, porque recorres los caminos del mundo, puedes mirar impunemente todos los afiches y puedes comprarte en el kiosco o en la librería cualquier publicación indiscriminadamente. No creas que, porque estás en el mundo, todas las formas de vivir del mundo pueden ser tuyas: las experiencias fáciles, la inmoralidad, el aborto, el divorcio, el odio, la violencia, el hurto.
No, no. Tú estás en el mundo. ¿Y quién lo puede negar? Pero tú no eres del mundo .

Y esto representa una gran diferencia. Esto te clasifica entre los que no se nutren de las cosas que son del mundo sino de aquellas que te son expresadas por la voz de Dios dentro de ti. Esa voz está en el corazón de todo hombre y – si la escuchas – te hace entrar en un reino que no es de este mundo, donde se viven el amor verdadero, la justicia, la pureza, la mansedumbre, la pobreza, donde rige el dominio de uno mismo.

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga”

¿Por qué muchos jóvenes escapan a Oriente, por ejemplo, a India, para encontrar un poco de silencio y captar el secreto de ciertos grandes espiritualistas que, por larga mortificación de su yo interior, dejan transparentar un amor (…) que impresiona a todos aquellos que se les acercan? Es la reacción natural al alboroto del mundo, al ruido que vive fuera y dentro de nosotros, que ya no deja espacio al silencio para escuchar a Dios. ¡Ay de mí! ¿Hace falta ir hasta la India, cuando desde hace dos mil años Cristo te dijo: “Renuncia a ti mismo… renuncia a ti mismo…”?
La vida cómoda y tranquila no es propia del cristiano, y Cristo no pidió y no te pide menos si lo quieres seguir. El mundo te embiste como un río crecido y debes caminar en contra de la corriente. El mundo para el cristiano es tupida espesura y hay que mirar dónde poner los pies. ¿Y dónde hay que hacerlo? En las huellas que Cristo mismo te marcó a su paso por esta tierra: son sus palabras. Hoy Él vuelve a decirte:

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo…”.

Tal vez esto te exponga al desprecio, a la incomprensión, al escarnio, a la calumnia; esto te aislará, te invitará a mostrarse tal cual sos, a dejar un cristianismo a la moda. Pero hay más: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.”
Lo quieras o no, el dolor amarga cualquier existencia. También la tuya. Y pequeños y grandes dolores llegan todos los días. ¿Quieres esquivarlos? ¿Te rebelas? ¿Suscitan en ti manifestaciones de enojo? No eres cristiano.
El cristiano ama la cruz, ama el dolor, aun en medio de las lágrimas, porque sabe que tienen valor. No por nada entre los innumerables medios que Dios tenía a su disposición para salvar la humanidad, eligió el dolor.

Pero Él – recuérdalo – después de haber llevado la cruz y haber sido clavado, resucitó. La resurrección es también tu destino , si en lugar de despreciar el dolor que te procura tu coherencia cristiana y cualquier otro que la vida te presente, sabes aceptarlo con amor. Experimentarás entonces que la cruz es el camino, desde esta tierra, a una alegría jamás probada; la vida de tu alma comenzará a crecer. El reino de Dios en ti adquirirá consistencia y afuera, de a poco, el mundo desaparecerá ante tus ojos y te parecerá de cartón. Y no envidiarás más a nadie. Entonces te podrás llamar seguidor de Cristo. Y, como Cristo, a quien seguiste, serás luz y amor para las innumerables llagas que laceran a la humanidad de hoy.

Chiara Lubich

 

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